La libertad de expresión en Venezuela
La dictadura bolivariana |
Por: Lidia Falcón*
Televen, la emisora de televisión
privada venezolana que se creó en el año 1988, está emitiendo su
programa diario de noticias, sucesos y debates sin que se haya
interrumpido nunca en los últimos 15 años de gobiernos revolucionarios.
Minuto a minuto, hora por hora, durante 24, nos explica la desgracia que
supone para Venezuela ser gobernada por el Partido Socialista Unido y
presidida por Nicolás Maduro. Únicamente una vez a la semana José
Vicente Rangel, veterano periodista de izquierdas, tiene un programa
donde entrevista a personajes del chavismo. Decenas de otras
televisiones privadas siguen emitiendo cotidianamente tremendas críticas
al Gobierno. Según lo que éstas aseguran, en el país no hay harina, ni
aceite, ni azúcar, ni pan. No hay agua y no se puede cocinar por la
falta de gas y la gente prácticamente vive en la Edad de Piedra,
alumbrándose con velas y comiendo hierba.
Más de 115 periódicos se publican en
papel en Venezuela, de ellos el 90% pertenece a empresas privadas que
están indignadas con los planes de redistribuir la riqueza en el pueblo
venezolano, que comenzaron a implantarse con el triunfo electoral de
Hugo Chávez, y que así lo publican diariamente desde hace 15 años. Todos
ellos dedican enormes páginas a informar de las violaciones de derechos
humanos cometidas por el Gobierno del país, publican diariamente
artículos de opinión, editoriales, entrevistas, chistes, viñetas,
columnas, dedicados a acusar a todos los dirigentes chavistas de
corruptos, ineptos, enchufados e ineficaces.
En 1998, cuando Chávez ganó sus primeras
elecciones, existían 331 radios privadas, en 2010 eran 466. Las radios
públicas son 250 y las comunitarias 243. En 1998 eran 32 las
televisiones privadas, hoy alcanzan la cifra de 61, y entre ellas
destacan Venevisión, Televén y Globovisión.
Frente a estas cifras de la presencia de
medios de comunicación privados, en esta supuesta dictadura
bolivariana, los españoles fuimos convenientemente informados del
escándalo que supuso que a una de ellas, RCTV, no le fuera renovada la
conexión pública y tuviera que verse reducida a emitir por cable. Era el
ejemplo perfecto de la persecución de la libertad de expresión a que se
dedica el chavismo.
Los gobiernos revolucionarios han
permitido que todas las grandes empresas internacionales sigan operando
en el país, con la excepción de hidrocarburos. En competencia con las
operadoras de telefonía públicas Movilnet y Cantv, Digitel y Movistar
siguen trabajando tranquilamente en el país. Y por supuesto La Polar,
Nestlé, Coca-Cola, Philips y tantas otras que dominan el mercado de
alimentos y nuevas tecnologías. Las consecuencias son que el
abastecimiento de productos básicos se encuentra a merced de las
directrices de las empresas que no suelen ser chavistas.
Igual que en el Chile que organizó el
golpe contra Allende, la escasez de productos básicos se provoca por la
estrategia de la burguesía para minar la credibilidad del Gobierno. La
falta de papel higiénico se convirtió en el tema sacramental de las
quejas de la clase media y burguesía, que en cambio tienen los centros
comerciales privados llenos de ropa, zapatos, perfumes y joyas,
artículos la mayoría de importación, para los que al parecer no faltan
las divisas que no emplean en comprar papel higiénico.
Esos medios de comunicación, según ellos
perseguidos por el Gobierno, se han dedicado durante los tres meses
ininterrumpidos de protestas de las guarimbas a publicitar al mundo
entero cómo la policía detenía a los manifestantes, según ellos
pacíficos estudiantes.
Los disturbios se produjeron sólo en
seis estados —de los 24 que tiene el país—, en los barrios ricos del 1%
de los 355 municipios, todos de grandes ciudades, administradas por la
oposición y en las urbanizaciones de clase media. Los “pacíficos”
estudiantes, que sólo lo eran en un 20%, incendiaron edificios de
centros de salud, escuelas, guarderías infantiles, universidades
públicas, oficinas del Gobierno y negocios privados, y ponían alambres
atados a los árboles para que peatones y motoristas fueran degollados.
El saldo de los tres meses fue de 42 muertos, según cifras de la
oposición, entre civiles y agentes del orden público. Esa misma prensa
que se dice amordazada cuenta cada día que el Gobierno no respeta los
derechos humanos porque después de haber detenido a 3.200 personas
todavía hay 91 encarcelados, y que el sistema ha cometido la gran
injusticia de detener a los acusados con sólo un acta policial, como si
las detenciones, en todos los países democráticos occidentales, ejemplo
de respeto a las normas constitucionales, no se practicaran mediante el
mismo sistema: la denuncia policial.
Lo que no cuenta esa prensa objetiva y
neutral es que la mayoría de esos muertos son chavistas, 10 eran
funcionarios públicos; que únicamente el 7% de los detenidos recibieron
medidas privativas de libertad y que 19 efectivos de las fuerzas de
seguridad están procesados por excesos en las detenciones. Tampoco
cuentan que entre los detenidos hay 58 extranjeros, mercenarios
implicados en acciones terroristas, y uso de armas de fuego, comandadas
por grupos de ultra derecha. Entre ellos, Gabriel Alejandro Reyes
Beltrán que está reclamado por la INTERPOL a solicitud del Gobierno
español por narcotráfico.
Indignado está el periódico El Universal
porque a dos muchachos que fueron detenidos el juzgado los consideró
inocentes y los dejó en libertad 33 días después. No sé si tras el
juicio y la sentencia, porque en ese caso la rapidez de la Justicia
venezolana supera en mucho a la española.
El caso evidente es que la mayoría de
los culpables de los destrozos causados en el patrimonio público y
privado, que ascienden a 15.000 millones de dólares, no han sido
detenidos ni siquiera identificados. Y que los tribunales han puesto en
libertad a más de 3.000 personas en sólo unos días.
Lo que resulta más penoso para esos
medios de comunicación, sus propietarios y representantes, los políticos
de la oposición, los empresarios que esconden los suministros y los
alimentos, la oligarquía que durante dos siglos ha exprimido al pueblo y
disfrutado de todos los tesoros del país es que a pesar de la escasez
de algunos productos, de que a veces —y sólo a veces como he podido
comprobar— se forman interminables colas, de que la propaganda
antichavista llena las pantallas, las páginas impresas y las paredes de
grafitis, carteles, dibujos y viñetas de varios metros de longitud, que
nadie borra; el pueblo, el pueblo llano, ese que vive en los ranchitos,
en los poblados, en los nuevos barrios construidos en los últimos años,
que tiene que desplazarse en los autobuses llenos hasta los topes, que
trabaja duramente para sacar adelante al país y disfruta de menos
beneficios que los ejecutivos de las grandes empresas, no se ha lanzado a
las calles de las ciudades, por millones, a manifestarse contra el
Gobierno, como hizo para abortar el golpe de Estado contra Chávez en el
2002. Porque el pueblo venezolano sabe que únicamente la revolución
bolivariana que ahora comienza, a pesar de todas sus dificultades, puede
construir un nuevo país que le redima de su explotación secular. Y que
ni esa oposición fascista, disfrazada de democrática, ni las promesas de
la MUD, Mesa de Unidad Democrática, les darán nunca ni comida ni techo
ni sanidad ni educación, como no lo hicieron nunca en más de medio siglo
los partidos políticos de la derecha que se repartieron el poder.
Porque la “dictadura bolivariana” que
tantos publicistas de la derecha aborrecen respeta la libertad de
expresión de los medios de comunicación privados que son mayoría en el
país, aguanta estoicamente los ataques, incluso armados, de los sicarios
de la oligarquía, y es más respetuosa con la empresa privada de lo que
esta se merece.
Deseo que no tenga que arrepentirse nunca de ello.
*Lidia Falcón O’Neill, es
licenciada en Derecho, en Arte Dramático y Periodismo y Doctora en
Filosofía. Nombrada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Wooster,
Ohio. Es fundadora de las revistas Vindicación Feminista, y Poder y
Libertad, que actualmente dirige.
Fuente: publico.es
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Una información muy interesante para Enrique Krauze, esperando que no se "queme" para siempre recibiendo un premio propuesto por José María Aznar, cómplice de un millón de asesinatos y mutilacciones en Irak
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