La apelación, la magistrada misántropa y usted, el juez
Diario de un Reportero
Ramsés Ancira
A Edgar Elías Azar,
presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal
Hay un pudor en el periodista al publicar asuntos personales, pero vivir
en carne propia experiencias que pueden pasarle a cualquier persona que no
tenga foro para publicarlas, anima a vencerlas. Se dice en la profesión que los
periodistas estamos para dar respuestas y no para incomodar a los lectores con
preguntas, pero en descargo le quiero invitar a usted a dar su veredicto. Estos
son los hechos:
Hace seis años tuve el infortunio de ganar un juicio civil. Digo
infortunio porque la parte acusadora se desquitó elaborando un largo fraude
procesal.
El hecho es que me acusaron de incumplir con un contrato verbal de
arrendamiento. Alegué que no era así pues contaba con un contrato firmado, en el
que ambas partes conveníamos por escrito el arrendamiento de un departamento.
Lo presenté ante el juzgado y me dio la razón. Gané el juicio.
Entonces le pidieron a un familiar que ocupaba ese departamento que les
diera una copia para renovar en los mismos términos el contrato escrito. La
entregó. Aparentemente sobre la firma del dueño, quien ya había fallecido,
sobre escribieron. Luego, con esa fotocopia me acusaron a mí del delito que
ellos estaban armando, de fraude
procesal, sin notificarme de ello, lo que me dejó en estado de indefensión.
Así transcurrieron seis años.
La acusación se podía desechar fácilmente ya que además del contrato,
mientras vivió, mi casero me entregó recibos de renta, con su firma, que no
fueron objetados.
La persona que se ostentaba como albacea, en una primera herencia, solo
había recibido las joyas de la familia, y al parecer un departamento en Madrid,
España, pero no bienes inmuebles en México.
No se si tres, cuatro o cinco veces, jueces penales negaron la orden de
aprehensión que ella pedía en mi perjuicio, pero al final hubo uno que la
concedió.
Al apelar a la misma el caso recayó en la sexta sala de los tribunales
del Distrito Federal. Pedí audiencia a la magistrada María de Jesús Medel Díaz para
exponerle mis razones.
La secretaria ni siquiera le quiso informar de mi presencia alegando que
el expediente era muy voluminoso y que terminaría de estudiarlo entre el 12 y
el 14 de julio. Regresé en la primera fecha y no me recibió, llegó la segunda y
en primera instancia, tampoco, pero insistí y al fin me dejó pasar en la
tercera ocasión tras una larga antesala.
Espontáneamente le tendí la mano y me rechazó el saludo alegando que
había muchos virus. Quise presentarme pero me interrumpió:
- Hábleme de
su caso. Lo recibo porque es mi obligación escucharlo, pero todos se dicen
inocentes.
}
No lo reflexioné de inmediato, pero luego, al platicarle a un amigo, me
dijo que es un principio universal que la magistrada eludía expresamente: todos
somos inocentes hasta que no se compruebe lo contrario.
No era esa la actitud de Medel, sin escucharme, sin querer recibir los
documentos que podían ayudarle a tomar la resolución, los rechazó.
Explícitamente anteponía el prejuicio de mi culpabilidad.
Me ofreció sin embargo que utilizaría criterios científicos para tomar
una resolución, aunque me advirtió que no sería hasta después de las vacaciones
que terminarían el 1 de agosto.
En ese momento la interrumpieron para decirle que había llegado un
amparo sobre el que tenía que resolver en forma urgente. Quizá una orden
superior.
Al día siguiente firmó el proyecto donde se ratificaba el auto de formal
prisión en mi perjuicio. No consideró necesario estudiarlo con las pruebas que en mi defensa
había argumentado, entre otras, que el perito de la Procuraduría General de
Justicia del Distrito Federal determinó que la firma sobre impuesta no tenía
relación con mi caligrafía ni se me podía achacar su ejecución.
Ni yo, ni muchos de los lectores que me han seguido hasta aquí somos
abogados y obviamente al ser parte interesada exijo prevalezca la presunción de
inocencia. Juzguen los lectores
y lectoras si dicha magistrada procedió o no conforme a derecho, o si debería llevar el caso
ante la judicatura o la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
A mí me bastaría con una disculpa o con que la magistrada María de Jesús
Medel Díaz asuma el compromiso público de que en adelante se regirá por la
presunción de inocencia mientras no haya pruebas contundentes, inobjetables e
indubitables en contrario. Sea usted juez. No se requieren muchos conocimientos sobre la Constitución o el Código Penal, solo sentido común.
El 19 de julio la acusadora
debería comparecer ante el juzgado primero penal de delitos no graves para
ratificar su declaración. A pesar de ser notificada con la debida oportunidad
de que se requería su presencia a las once de la mañana, partió a Madrid a las
22:50 de ese mismo día, alargando mi estado de indefensión y mi derecho al
careo.
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