Pobreza Lacerante



Francisco Velasco Zapata

En el siglo XIX, antes de iniciar la independencia de nuestro país, el Barón Alexander Von Humboldt, al mismo tiempo que se regocijaba con la abundancia mexicana, afirmaba: “México es el país de la desigualdad”. Sabemos que este problema es mucho más antiguo a esa visita. Sabemos que no somos el único país desigual, tampoco el único país pobre, pero el mal de muchos, no consuela a nadie. Sabemos también que la pobreza se ha recrudecido, que embarga a la mayoría de los mexicanos y que hoy es motivo de preocupación, más no de ocupación, de muchos sectores sociales. Además, casi todo mundo coincide en que es un problema crucial para el futuro de toda la humanidad. Los Estados Unidos Mexicanos, México, es ya un país en toda la extensión de la palabra, pero acarrea un problema de origen: la pobreza y la desigualdad.

La pobreza es el mejor síntoma de las deformaciones en el desarrollo del pasado. Durante varias décadas México creció a tasas muy altas, tasas que ahora no imaginaríamos posibles, cercanas al siete u ocho por ciento y sin embargo, la pobreza no disminuyó. De las cifras citadas podríamos derivar uno de los diagnósticos más efectivos y lamentables de la mala orientación del desarrollo económico previo, porque la pobreza es uno de los mejores indicadores del desarrollo de un país. Incluso la clase media mexicana es escaza y sin características semejantes a las del mundo avanzado. En México destaca más el abismo entre los que no tienen casi nada, incluso comida, y los que tienen -menos de dos millones- excesos en acumulación de riqueza.

Más de cuarenta millones de mexicanos viven hoy en pobreza extrema. Pero los pobres del país oscilan entre los sesenta y setenta millones. Hablar del campo en México es, sin duda, hablar de miseria. Más de la mitad de esos cuarenta millones de mexicanos pobres sobreviven resignados en las zonas rurales del país en condiciones depauperadas, pero eso sí, siempre bajo la lupa de los tres niveles de gobierno en busca de controlarlos con medidas clientelares, electoreras y prodemocráticas. Es ahí donde se resienten más los efectos de la miseria. Más de seis millones de indígenas mexicanos viven en condiciones de pobreza extrema y pareciera que a nadie dentro del gobierno le importara.
La pobreza no es exclusiva del campo, del indígena. La situación económica del presente divide más que nunca a las clases sociales en las mismas ciudades. La desigualdad en México se encuentra a niveles similares a los del Porfiriato, época que también proyecta cifras macro económicas positivas para el país, pero no para todos sus habitantes.

Es obvio que no es igual la pobreza en el campo y en la ciudad, pero tampoco es la misma pobreza entre diferentes ciudades y en ocasiones ni siquiera la misma pobreza que se vive en el centro de la ciudad o en la periferia de la misma. Son pobrezas distintas. En ese sentido, todas las zonas metropolitanas del país están generando distintos tipos de pobreza.

Vale decir que no todo han sido errores. En la historia moderna de México se han logrado transformaciones fundamentales que han hecho avanzar en forma importante al país. Si partimos de las condiciones en que vivía la mayoría de la población antes de la revolución, en 75 años se ha transformado la sociedad mexicana, pero sigue habiendo enormes desigualdades. Los mexicanos, ahora, tenemos formalmente garantizado el derecho a la educación, a la salud y la gran mayoría tenemos acceso a estos servicios, faltan todavía muchos, los más desprotegidos que también son humanos y compatriotas.

Queda pendiente el derecho constitucional a la alimentación, que hasta hoy nuestros legisladores no han querido aprobar y sólo lo han dejado como una concesión ambigua para los menores de edad en el artículo 4º constitucional: “los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación (…)” pero hay que decir con claridad que la alimentación es el punto primordial para el pobre o el más rico, nadie podría vivir sin comer. Lamentablemente pocos se percatan que los más pobres usan más del 70 por ciento de su escaso ingreso a la compra de alimentos, que elige no por la calidad nutricional, sino por el costo. Los elevados índices de desnutrición son alarmantes: el 34 por ciento de los niños por mala alimentación y 120 mil más padecen secuelas que los afectan física e intelectualmente para el resto de su vida. Y lo peor de todo es que quienes sufren de secuelas terminan afectando los presupuestos de para la seguridad social que terminamos pagando todos los contribuyentes. Por ello es que debemos actuar más rápido y sin furia, pero razonablemente si preferimos pagar las enfermedades o la medicina preventiva.

No obstante, además de la necesidad de más “Estado” en la tarea de trascender a la pobreza de la mayoría de los mexicanos con empleo para todos, por ejemplo, también es necesario trascender a la perniciosa corrupción, ineficacia y dolo que privan en el país de nuestros tiempos. Si no se atiende la problemática con visión integral y estratégica a tres, seis, doce, veinticuatro y cincuenta años nunca vamos a lograr salir de este marasmo inagotable. Por lo pronto el fracaso es ya histórico y responsabilidad capital de las actuales autoridades políticas de los tres niveles de gobierno que en muchos casos sólo se ha ocupado por hacer negocios o enriquecerse a gran velocidad, mientras el país se les desmorona en las manos. La historia y los mexicanos tenemos que actuar y pronto.

Resolver el problema es responsabilidad de todos. Todos debemos participar, con propuestas plurales de diálogo, exploración, búsqueda y discusión; con soluciones para los grandes, pequeños, pero intensos problemas que hoy nos aquejan y reclaman de una participación conjunta entre gobernantes y gobernados. Necesitamos propuestas plurales donde todas las voces, todas las ideas, todas las posiciones enteradas, especializadas y capacitadas de políticos e ideólogos, de intelectuales, trabajadores, organizaciones no gubernamentales, de defensa de los derechos humanos y empresarios se escuchen, se diriman, se intercambien. Dialogar, pero sobre todo nuevas maneras de entendernos para, juntos, caminando, discutiendo, debatiendo, encontrar solución duradera a los problemas, que parecen de nunca acabar. ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo. Miembro del Consejo Nacional de Operación de Parlamento Ciudadano de México. Agradezco sus comentarios en Twitter: parlamentariofv

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