Tamaulipas: La batalla que podría legitimar a Calderon

Si no por número, si por crueldad, los crímenes cometidos en la frontera de Tamaulipas, perpetrados, haya sido por quien haya sido, superan los de la guerra de los balcanes e incluso los de los campos de concentración nazis, donde no se han documentado tantos muertos a golpe de mazo.

Las torturas de los sicarios solo pueden ser comparables a las de la Inquisición en la Nueva España o al garote vil de los franquistas y tienen exactamente el mismo propósito que las de Torquemada: controlar el poder por medio del terror.

De los zetas, a quien se atribuye la mayor crueldad, pareciera que la inteligencia del Estado Mexicano tiene más leyendas que información:  lo más que ha trascendido es que al igual que los kaibiles guatemaltecos, debemos su entrenamiento a lo más repugnante de los servicios de espionaje del imperialismo, de quienes aprendieron a disociar cuerpo y alma para no aterrorizarse del terrorismo que ellos habrían de  imponer, no solo  a la población civil sino a los miembros del Estado encargados de combatirlos.

Su poder de horor,  ha tocado e inmovilizado a los mejores policías e incluso a soldados debidamente entrenados por las fuerzas armadas mexicanas

Dos extremos se tocaron para lograr esta situación. Por una parte, un Estado que da risa;  un estado y un gobierno, los  de Tamaulipas, que dan pena, y por el otro lado criminales literalmente desalmados, sobreentrenados, no para la delincuencia organizada, sino para desestabilizar gobiernos, crear vacíos de poder que se llenan con cualquier cosa.

A diferencia de los cárteles, donde se cuenta con militantes de nivel universitario, con estudios en prestigiadas universidades del extranjero y estructuras para el lavado de dinero, en el caso de los zetas pareciera predominar el terror no como la princilpal, sino como la única estrategia de posicionamento y contro del teritorios.

Pero también han logrado penetrar a las más altas estructuras, tal vez por eso no se les captura vivos; tal vez por eso han logrado trascender los crimenes directamente relacionados con el tráfico de drogas y de personas para cometer impunes crímenes políticos, como el del ex-candidato a gobernado de Tamaulipas, en el cual mientras alguien no demuestre lo contrario, están involucrados jerarcas priistas de alto nivel.

Varias imágenes, y la elegida para ilustrar este artículo no es la más representativa,  dan una idea clara de las diferencias entre un Estado que no se deja amilanar por el terror, y otro que sí. En Guatemala soldados y policías de baja estatura suelen llevar detenidos, sin un sólo golpe en el rostro a peligrosos delincuentes; en México, cuando llegan a presentarlos vivos, lo hacen uniformados encapuchados, bastante más altos, por cierto que sus símiles de la patria del quetzal.

En Guatemala la estrategia del horror, la de pintar con sangre mantas de advertencia para que los dejen operar en paz. no ha detenido la captura de presuntos zetas; en México llama la atención el estudiado silencio de Televisa para impedir informar al respecto. Como si su dirección de noticieros hubiera recibido amenazas o temieran afectar a algunos de sus principales clientes, los gobernadores de origen priista.

La Universidad Nacional Autónoma de México ha iniciado la mejor estrategia para  combatir el terror, romper el silencio. Tiene al aire en Radio UNAM  una serie que visibiliza y da nombre a los 72 centroamericanos inmigrantes que fueron asesinados, presuntamente los por zetas, en Tamaulipas.

A diferencia del Partido Accion Nacional, que premió imponiendo como número dos del blanquiazul a la responsable de proteger la vida de los inmigantes, con  salario a cargo de los contribuyentes, la UNAM ha realizado una investigación en varios países para saber quienes fueron las primeras víctimas de las fosas clandestinas encontradas en Tamaulipas .

En cambio el Gobierno Federal no ha dado detalles importantes sobre la identidad de los pasajeros de camiones que desaparecieron o fueron muertos. Ni siquiera conocemos que ha pasado con el seguro del viajero que supuestamente ampara a todas las personas en tánsito en carreteras federales.

La dimensión del problema en Tamaulipas es tal que aquí si se requiere toda la fuerza y armamento de un ejército para ganar la batalla. Cientos de asesinatos cometidos con una saña que supera a la de cualquier genocida del Siglo XX, no dan lugar a debates ideológicos superficiales.

Felipe Calderón y el general Galván Galván se juegan el juicio de la historia. Si más allá de las coyunturas electorales logran presentar con vida a los responsables de las masacres de Tamaulipas, incluyendo a los asesinos de Egidio Cantú podrán disfrutar el resto de sus vidas. ¿Que mayor proyección internacional pueden tener si atrapan a los carniceros que solo pueden ser comparables a personajes de ficción como Hannibal Lecter.

¿Es cierto que arrancaron de los brazos de sus madres a niños pequeños y que los arrojaron vivos a tambos de ácido para luego violar a las mujeres? Si asi lo fuera, como reprochar al Ejercito la batalla más justificable desde la defensa de Chapultepec en 1847 o la del batallón de San Patricio, o la del General Anaya, en Coyoacan, por esas mismas fechas.

Es para sacar todo el arsenal de los desfiles del 16 de septiembre. Es una batalla digna del Estado Mexicano, una que se debe ganar y de verdad marcaría el principio del fin del crimen organizado. Espectacular, mediática y que haría borrar o empequeñecer en la historia la campaña negra del 2006 o la dudosa resolución del TRIFE.

Si se agrega el hecho de que la derrota casi acabó con la salud mental de gran parte de la dirigencia de la izquierda mexicana, Felipe Calderón podría terminar su gobierno siendo más recordado por su exitosa  batalla final que por su lucha contra el SME, el apoyo de Solá.

Pero no son los argumentos, buenos o malos los que importan. En Tamaulipas y Durango han sido enterradas en fosas clandestinas docenas de mujeres y cientos de hombres. La sistematización del crimen no hace mas difícil, sino por el contrario mucho más fácil, encontrar a los culpables y juzgarlos como en el Nuremberg de la posguerra, o  como al serbobosnio Ratko Miladic al final de la primera década del Siglo XXI

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