Kalimba, Loret de Mola, el tribunal mediático y las redes sociales
perdón por intolerarlos: el constante impulso de teclear F5
Por Alberto Buzali
El constante impulso de teclear F5
Uno de los placeres instantáneos del uso de las redes sociales es la sensación de estar en algo, no sólo formar parte de un círculo, club o grupo de interesados en el mismo tema, además formar parte activa de ese conjunto. Lo que uno dice (escribe), importa, es tomado en cuenta, hay otros cientos de miles que están viendo lo que uno puso en su muro, la frase aportada, la fotografía que se sube.
La anécdota de ser descubierto por otro usuario, ya es un lugar común, nunca falta el comentario de quien señala que alguien a quien no conocía le escribió para decirle que coincidía con su postura y comenzó un intercambio. El número de contactos a los que jamás les hemos visto el rostro o escuchado el tono de su voz, crece con una facilidad a la que ya no se le impone las preguntas de por qué o para qué. Estamos contectados, el otro me escucha, atiendo al otro, eso basta.
De la misma manera se incrementan las entradas en el anecdotario donde se reseñan los beneficios de formar parte de esas comunidades, que abarcan todo el abanico de posibilidades, desde lo banal hasta cambios trascendentes en la vida profesional o personal: quien es invitado a una fiesta, hace un nuevo amigo, encuentra un libro para su tesis, se le brinda la pista para encontrar a su hijo perdido, renueva el intercambio con alguien a quien había perdido en la infancia, establece una conversación con un familiar al que había de dejado de ver, le ofrecen un trabajo que llena sus expectativas… la que usted guste, son miles y miles las historias en que alguien sale ganando por el “simple” hecho de estar conectado.
Cierto es que muchas de estas anécdotas son ahogadas por la banalidad. El relato del provecho que se obtiene al formar parte se pierden en el estruendo del dato inútil, casi siempre relacionado con el mundo del espectáculo, saber en tiempo real dónde está comprando el cantante de moda, a quién le metió mano el actor de segunda de una película de tercera, la muchachita que cayó ante el acoso de la estrellita televisiva. Y junto con esas olas de banalidad, las de la irritación. Miles, por no decir millones, de usuarios que no encuentran mejor forma de formar parte de una comunidad que no sea a través de la rabieta.
Un ejemplo: me encuentro en Twitter a un pobre diablo al que no sé porqué sigo, pero su actividad tuitera consiste en describir lo que come y reenviar noticias que le parecen interesantes. Dejo de seguirlo. Si se da cuenta, me cuestiona sobre las razones, se las digo. En el mundo real eso debería bastar, no nos conocemos, lo que te leo no me interesa, fin. En el peor de los mundos virtuales, el pobre diablo se dedica a quejarse de que lo han dejado de seguir, radicaliza posiciones entre él y yo. Si eres inexperto, entras a la discusión y después ya no sabes de qué están hablando, porque la facilidad de escribir en forma grandilocuente es una amenaza constante. Todos perdemos nuestro tiempo, el pobre diablo que se queja de que lo llamé pobre diablo, yo que tengo que justificar por qué lo llamé así, los otros que participan en la conversación y, la mayoría de las veces, ya no saben de qué se está hablando, pero saben que tienen que tomar una posición, así de simple: a favor o en contra, me gusta o no. Cero ideas, pura sensación.
Ejemplos sobran. El acoso interrogador al que sometió Carlos Loret de Mola a Kalimba, cantante al que acusan de violación. El conductor de Televisa insiste durante media hora en convertirse en juez, en nombre del rating se erige en verdugo, el final de la entrevista es exasperante.
Media hora de entrevista que no lleva a ningún lado. Es un noticiero que se transmite por las mañanas, el cantante insiste una y otra vez en que no ha agredido a nadie, Loret de Mola se refocila en su papel de inquisidor. Las últimas preguntas del entrevistador son una muestra de lo bajo que se puede caer cuando se tiene el micrófono: ¿Usaste tu fama para seducir a esta menor de edad? / ¿Violaste a esta menor de edad? / Última oportunidad ¿Tuviste relaciones sexuales con esta niña? / ¿Fue una relación sexual fuerte, así, de carácter? No sé cómo llamarla, con fuerza, con vigor, con algún grado de fuerza.
La reacción en las redes sociales no se hace esperar, todos tenemos algo que decir acerca del asunto, pero ¿cuál es el asunto?, quién sabe, en pocas horas las opiniones se radicalizan, ahora se trata de hablar mal o bien de Kalimba, mal o bien de Loret de Mola y con eso de Televisa, los intercambios se dirigen entonces a denostar a la televisora.
Eso es una banalidad. En estas fechas se encuentra en marcha la campaña No más sangre. Parece mentira, pero le sucede lo mismo que a Kalimba. Se discute no ya el propósito de la campaña, sino quién la propuso y contra quién va. Quienes defienden la pertinencia de este tipo de esfuerzos se empeñan en justificarla porque la propusieron los moneros o los intelectuales, quienes la denostan, parte de los mismos puntos, quienes las propusieron fueron los intelectuales y los moneros. De ahí no vamos a pasar.
El placer instantáneo que mencionaba al inicio de este texto, se queda en la sensación de estar en algo, y pareciera que la forma más efectiva de estar es generando polémica, no importa si no se aportan ideas, si el comentario se traduce en alguna acción, no, lo que interesa es acumular el mayor número de seguidores, de visitas al perfil, de retuits, qué más da si es un chiste malo, un ataque. Escriba en su muro Puto el que lo lea, tiene asegurada la respuesta, la fama instantánea (y efímera), así de triste.
Al final de la película de David Fincher sobre el creador de Facebook, Red social, el abatido Mark Zuckerberg (Jesse Eisenber actuando espléndidamente) se queda solo en una oficina, sobre la pantalla aparecen los resultados del juicio del que hemos sido testigos: tendrá que colocar el nombre de Eduardo Saverin como cofundador, llega a un acuerdo con los hermanos Cameron y Tyler Winklevoss… en resumen, Zuckerberg perdió y ante eso, su única respuesta es enviar una solicitud de amistad y apretar obsesivo la tecla F5 para actualizar la pantalla.
No sé, de hecho no me importa discutir la calidad de entrevistador de Carlos Loret de Mola, creo que la mejor opción sigue siendo cambiar de canal o apagar la televisión. Creo en el poder del consumidor y del usuario que puede proponer apoyado en las redes sociales, que las usa como punto de partida y no como arena para demostrar que es más guapo, más inteligente o que googlea a mayor velocidad. No sé si vale la pena discutir quién propuso la campaña No más sangre, si su diseño es bonito o feo, si funciona o no porque la propuso cierto grupo, detenerse en esos tópicos es banalizarla mientras afuera de los monitores la realidad sigue aportando su cuota de muertes y violencia.
El final de Red social, creo, es un ejemplo contundente de lo que nos está sucediendo en cuanto al uso de la red para la discusión: el constante impulso de teclear F5, para que la realidad se actualice y se acomode al molde que han elaborado nuestros deseos… pero la realidad sigue afuera de la pantalla, requiere algo más que teclear frenéticamente.
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