Me despido de la Casa del Periodista del DF


Por Elia Baltazar

Esta semana se me cayó un cachito de esperanza. En el gremio periodístico y en nuestra capacidad para construir  proyectos ambiciosos que se arriesguen a nuevas fórmulas de participación, toma de decisiones y operación efectiva. Me falló la resistencia y, obvio, la capacidad política --aunque me quedo convencida de que hay cosas que prefiero nunca aprender.
Va mi relato, que servirá también de autorreflexión.

Hace aproximadamente nueve meses, Eréndira Cruz Villegas me extendió, como a otros, una invitación para participar en la fundación de una casa refugio para periodistas en el Distrito Federal. Atravesábamos en eso momentos una de las más difíciles coyunturas para la prensa en materia de violencia. Había, y hay todavía, una urgencia por hacer algo que revirtiera o al menos sirviera de contención frente a las circunstancias de vulnerabilidad en que se encotraban --y se encuentran-- muchos periodistas en el país.

En principio dudé. La historia y la experiencia nos enseñan que bajo el paraguas del poder se encoge la independencia. Sin embargo, dadas las circunstancias, valía la pena intentar. Al cabo era la primera vez que un gobierno ofrecía a los periodistas un proyecto de esta naturaleza, con garantías de respeto absoluto en la operación y las decisiones, siempre que nos ciñéramos a las normas de la administración pública que, la verdad, yo desconozco casi por completo.
También confié en participar porque creía importante demostrarnos, como periodistas, que podíamos establecer un relación de distancia y respeto con el poder en la Ciudad de México, en un espacio de colaboración de política pública. A final de cuentas la libertad de expresión es un derecho garantizado y toda la norma internacional obliga al Estado y los gobiernos a emprender acciones no sólo de defensa sino de promoción de ese derecho. De modo que para mí se trataba de una buena oportunidad para demostrar que se podía llevar adelante esa relación, lejos del sometimiento y el intercambio de favores.
Hasta el día de mi renuncia al proyecto, nunca el gobierno capitalino intentó intervenir el el proceso de conformación de la casa. Acaso por ahí había preguntas acerca de la distribución presupuestaria para la casa, a la que se le destinaron 7 millones para la compra y remodelación de un inmueble. Hasta ahí todo bien y arrancamos.

Primero hubo que discutir durante semanas, si no meses, los términos de un acta constitutiva que mirara hacia adelante y abriera las expectativas de una casa que, más allá de la contingencia de la seguridad, pudiera resistir la prueba del largo plazo para convertirse en un sólido proyecto que atrajera la atención y la participación de todos los periodistas en la Ciudad de México, y sirviera de referente para el resto del país. Había además que garantizar medidas estrictas de transparencia, vigilancia y cuidado de los recursos que el Gobierno del Distrito Federal confió a la casa, pues se trataba de dineros públicos, de los contribuyentes, que estábamos más que obligados a cuidar y respetar. No sólo porque así lo obliga la ley, sino por convicción, congruencia y ética. No éramos más que los administradores de un recurso público que debía --y debe todavía-- beneficiar a los periodistas a través de proyectos y programas. Nunca como dádiva.
A jalones y estirones se lograron acuerdos para incorporar una serie de candados que nos permitieran entregar cuentas claras dentro y fuera de la casa, para despejar dudas y suspicacias que siempre planean sobre este tipo de proyectos, y más cuando hay presupuesto público de por medio.

Rebasada por fin esta etapa había que diseñar el Consejo Directivo, lo que tampoco fue fácil. Después de otro periodo de negociación se dio el nombramiento de Omar Raúl Martínez como presidente del Consejo Directivo y de Rogelio Hernández como director de la casa. A partir de allí se procedió al diseño del organigrama y de las tareas que debían cumplirse para cada puesto. Tampoco fue fácil, pero podía comprenderse, pues había allí una composición diversa que no facilitaba las cosas. Cada uno de los socios --yo incluida-- formaba parte de alguna organización, traía consigo una historia, una manera de ver y ejercer el periodismo, de imaginar las casa y sus funciones. Se acordó que allí estábamos cada uno de nosotros de manera individual y no como representantes de ninguna organización, aunque en la composición de la asamblea destacaban en número los miembros del Frente Democrático de Periodistas por la Libertad de Expresión. Comprensible. Se trata de periodistas de larga trayectoria, con años de organización y participación en distintos espacios. También se sumó un valioso equipo de abogados. El acta quedó constituida por: Eréndira Cruz Villegas, pilar de ese proyecto; Judith Calderón Gómez; Lucía Lagunes; Amalia Rivera; Rogaciano Méndez; Manuel Fuentes, David Peña y Perla Gómez, abogados; Balbina Flores; Miguel Badillo, Amor Lajud y yo.

A pesar del empeño, las diferencias saltaban a cada rato. Las discusiones se prolongaban y no pocas veces alcanzaron un tono ríspido. Al final, casi siempre pudo llegarse a acuerdos, pasos muy pequeños, me parecía, frente a la urgencia del momento. Cada asamblea evidenció diferencias que en algunos casos parecían irreconciliables y más de una vez pensé en abandonar el barco. Ajena a esos proceso, me costaba mucho trabajo dedicar tantas horas a discusiones que a veces me parecían estériles. Más de una ocasión expresé mi malestar por la dinámica de trabajo: me parecía lenta y afuera ya se habían despertado expectativas, de modo que yo, lo que quería, era pasar ya a la siguiente etapa. Comprendía también que no podía forzar las cosas y que de alguna manera la fundación de un proceso ambicioso lleva tiempo. Sin embargo, comparaba el ritmo de trabajo y los resultados que hemos obtenido en otras organizaciones con apenas nada de recursos  puro trabajo voluntario. En fin, que los ritmos son distintos y así lo asumí.

Vino después la conformación de comisiones de trabajo para la elaboración de planes y programas que tuvieran como prioridad la prevención y la seguridad de los periodistas. A sabiendas de que en el Distrito Federal, quienes trabajamos en los medios no corremos ni de lejos los riesgos que enfrentan los periodistas de las entidades, marcamos como una prioridad el apoyo para periodistas de los estados. Para el día de mi salida, sólo contábamos con un anteproyecto elaborado por el director. Ambicioso, pero inoperante, desde mi punto de vista y así lo expresé.

Se acordó además no "engordar" la casa con un equipo de trabajo innecesario por el momento, pues al no haber sede no había necesidad de contratar a nadie hasta saber hacia dónde íbamos. Los recursos mejor guardarlos para productos de trabajo. En fin, que el único salario acordado era para el director de la casa. Los recursos llegaron, si mal no recuerdo, al final del año pasado y de inmediato se cubrió ese salario de manera retroactiva por los meses de desempeño. Como nomás no avanzábamos, a pesar de esfuerzos de gente como Balbina Flores en el tema de seguridad y de Amor Lajud en la parte administrativa, el resto no dimos visos de avanzar en casi nada. Yo tuve sólo una reunión con Rogelio Hernández para aportar algunas ideas y observaciones a su plan de trabajo, que posteriormente compartí con otras organizaciones con el propósito de sumarlas. Me preocupaba mucho, y así lo hablé con mucha gente, dotar de confianza el proyecto para animar la participación, para alejar los fantasmas que hacen morir las organizaciones de periodistas. Una y otra vez pedí el beneficio de la duda para la casa, empeñando mi palabra en que todo se conduciría de manera impecable, que no se trataba de un sindicato, que nadie tenía allí intereses ajenos.
Frente a las dificultades para avanzar se decidió que mejor contratar ya a quienes se desempeñarían como coordinadores de programas: seguridad o prevención, capacitación y área legal eran fundamentales.
Después de conversarlo dentro y fuera de la casa, me propuse como candidata a ocupar la coordinación de capacitación, pero me ofrecieron mejor presentar mi candidatura para seguridad, cumpliendo la regla de renunciar a la asamblea y los cargos que allí había asumido y luego de pasar el proceso de selección que se abrió de manera atropellada por desconocimiento de formas. La idea me entusiasmó porque pensé que podía ser más útil en lo operativo y porque la cabeza me bullía de ideas. Nunca las presenté ni hubo oportunidad de llevarlas adelante.

En mi cabeza imaginé siempre la casa no sólo como un refugio, sino como un pequeño colegio de periodistas que impulsara sobre todo la profesionalización, mejores prácticas en todos los sentidos para el buen cumplimiento del ejercicio periodístico, pues entiendo que nada protege más a un periodista que una práctica responsable, ética y profesional, así como protocolos prácticos de seguridad para el trabajo cotidiano de quienes se desempeñan en zonas de riesgo. He aprendido, y estoy convenida de ello, que no sólo se trata de proteger al periodista sino a la información; que la sociedad y los acontecimientos actuales exigen periodistas mejor preparados, más comprometidos y seguros en su tarea para proveer información. Me preocupaba --y me preocupa todavía-- la falta de conocimiento y consciencia entre los ciudadanos y aun los periodistas de la importancia de promover y defender el derecho a la libertad de expresión.

Había además que difundir mucho el propósito de la casa, comunicar de la manera más atinada y con la palabra por delante que no había intención de competir con otras organizaciones en un terreno desigual, tomando en cuenta que la casa contaría con recursos y respaldo institucional. El propósito, y así lo entendí yo, era crear un ente fuerte de articulación de esfuerzos, que fortaleciera la capacidad de interlocución de los periodistas, que los apoyara en su desarrollo profesional y en sus necesidades de orientación de cualquier tipo; que llevara adelante alianzas y sumara esfuerzos para proveerlos de todo tipo de ropaje profesional. Me interesaba mucho el apoyo para los free lance, para las mujeres periodistas, atraer con programas novedosos a los jóvenes reporteros que ya no encuentran en sus redacciones un espacio de aprendizaje continuo ni confían de lejos en la organización gremial; pensaba también en la oportunidad de elevar la estima del periodismo local, urbano, promoviendo la publicación de libros colectivos de crónica, reportaje, entrevista. Son tantas las necesidades y tantos los retos que a todos nos rebasan y sólo en conjunto podíamos empujar hacia adelante. Qué mejor que una instancia con figura institucional  y recursos para ayudar y promover esta colaboración, aprovechando la experiencia y el conocimiento de todos. No se pudo. Al menos yo no pude.

En el proceso de tanta negociación se acordó abrir el acta constitutiva a nuevos miembros para alimentar la pluralidad, para sumar a gente que no tenía que venir de ninguna organización y sumar nuevas miradas y nombres.

Así llegamos a la asamblea del pasado 4 de febrero, en la cual se propuso una lista de nombres por sumar. Cada uno de los allí presentes ofreció seis que al final se votaron. Todos en la lista son periodistas reconocidos, honorables, a quienes aprecio y respeto. Pero un acto de votación en bloque dio el triunfo a seis nombres, de los cuales tres o cuatro, de nuevo, pertenecen o son cercanos al Frente. Ninguno de nosotros se detuvo a pensar en los perfiles profesionales, en lo que cada uno de los candidatos podía aportar para el proyecto. Nadie preguntó por qué habíamos dado un nombre u otro. Entonces caí en cuenta de que no  sé conducirme en los espacios de asamblea y dejé de verme en ese proyecto. Luego de la votación renuncié. No por los nuevos miembros que se iban a sumar porque, de nuevo lo subrayo, todos y todas son periodistas a quienes aprecio y respeto. Pero el acto mismo me evidenció una correlación de fuerzas desigual y, sobre todo, posiciones irreconciliable frente a lo queríamos y esperábamos del proyecto.
En las reglas básicas de la democracia, la mayoría había ganado. Sin duda. Pero el acuerdo implícito, o quizá sólo mi deseo, para sumar nuevos nombres que alimentara la pluralidad, no se había cumplido. Y así lo hablé al final de esa asamblea con Rogelio Hernández. Me despedí de todos de manera cordial, deseándoles la mejor de las suertes para que la casa siga su curso.

Agradezco a quienes me pidieron reconsiderar la decisión y el respeto y el apoyo que siempre tuvieron para conmigo. Pero forma es fondo, y ese barco ya había tomado un rumbo que yo no comparto. Simplemente, incompatibilidad de caracteres y de maneras de entender la participación, la pluralidad y el trabajo.

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