Manuel Camacho Solís, por él mismo
Nota del Editor: Testamento político de Manuel Camacho Solís: Absolutamente imprescindible para entender las elecciones del domingo 7 de junio y enfrentar la necedad de Martí Batres si cree que votamos por Morena, por la linda cara de López Obrador. Muchos de los que sufragamos por Morena lo hicimos para tener un contrapeso en el poder legislativo y en repudio a los votos del PRD en la Asamblea Legislativa convalidando las iniciativas del Partido Verde y el doble no circula. Ahora le toca a MORENA hacer un programa mínimo de rescate de áreas verdes en la Ciudad de México, obligar a los fraccionadores a destinar un porcentaje de sus rentas a jardines verticales y un programa de compensación ambiental para todos los que construyen edificios del tamaño de un trasatlántico sobre el Eje 8 y en la Colonia Xoco. Eso por lo que toca al DF. A Nivel Nacional queremos que Morena y el PRD frenen JUNTOS la privatización del agua, transparenten el examen a los maestros de manera , que permita diagnosticar a tiempo el problema de los niños sicarios desde que estudian en escuelas públicas y evitar homicidios como los de Chihuahua y el Estado de México; que rescaten la soberanía en los territorios ocupados por el Narco en las montañas de Guerrero y la Sierra Tarahumara, quiten el marquesado de Cuajimalpa a Raúl Salinas de Gortari y devuelvan el agua cuyo usufructo le dio Lázaro Cárdenas a los Yaquis en Sonora. Ccp. Jose Cardenas, Rafael Loret de Mola, Compa Armando Soto Baeza, Federico Campbell Peña Javier Corral Jurado, Gabriel Sosa Plata Miguel Ángel Mancera
Entrevista de Héctor de Mauleón
Héctor de Mauleón: ¿Cómo se dio su
acercamiento con la política?
Manuel Camacho Solís: Me interesé en la
política a raíz de que entré a la Escuela de Economía. Era una escuela dominada
por la izquierda.
HDM: ¿Usted estudió en el Cumbres?
MCS: Yo estuve en el Cumbres. Se aglutinaban
en torno a posiciones muy conservadoras de derecha. Entonces dije: “¿Yo qué
hago en todo esto?”. Me pareció razonable que había que acercarse a lo que era
algo así como democracia y justicia social. No me gustaba la derecha.
HDM: Eran años de muchos radicalismos, ¿no?
MCS: Frente a eso yo fui asumiendo una
posición. En 1969 me tocó escribir un ensayo en un concurso que organizó la
Editorial Siglo XXI sobre “Cómo veían los jóvenes al México de Hoy”. Era muy
importante, por lo menos en términos de ser joven, porque había ocurrido lo del
68.
Y ahí traté de fijar un poco mi posición: el
tema no era un asunto nada más estudiantil. El tema era: ¿Cuál iba ser el
destino del país? ¿Cuáles eran las alternativas para el desarrollo mexicano?
Saqué el primer lugar y eso mismo lo presenté como tesis, con la adición de
unos mecanismos de redistribución hacia el campo.
Ahí ya más o menos me interesó tratar de ver
cuáles eran las posibilidades de cambio de ese sistema.
Cuando llegó [Jesús] Reyes Heroles escribí un
ensayo: “Los nuevos históricos del sistema político Mexicano”. A él le gustó
mucho; me llamó y me invitó a participar en la principal comparecencia de la
Reforma Política el día que se presentaba el Partido Comunista, a justificar
que para que el sistema pudiera ser estable se necesitaba democratizar.
Rafael Segovia, un destacado investigador de
El Colegio de México, intervino diciendo que lo importante era el voto. Y yo
dije que este sistema ya no garantizaba la estabilidad y que habría que
abrirlo. Ahí se generó una controversia con el PRI, que me acusó de ser enemigo
del Presidente del sistema. Yo fui tomando mis propias posiciones.
Después vinieron mis primeras incursiones de
manera más directa en la política. Participé en la elaboración del Plan Global
de Desarrollo, cuando Miguel de la Madrid fue nombrado Secretario de
Programación; de ahí vino su candidatura. Me nombraron subdirector de Estudios
Políticos del IEPES, y participé en esa campaña.
Así llegué a ser subsecretario de Desarrollo
Regional, con un trabajo muy enriquecedor porque vivíamos la crisis financiera,
y yo manejaba los fondos de emergencia.
Lo que ocurrió es que me acerqué mucho al
Presidente porque lo acompañaba en sus giras. Yo manejaba el presupuesto. En
los problemas sociales y políticos que se iban presentando, el Presidente me
llamaba para pedirme mi opinión o pedirme que los resolviera.
Y así me tocó un día mediar entre Reyes
Heroles y La Quina, en un acto de la gente del CLI que se insubordinó al
Presidente en Ciudad Madero; otro día me tocó mediar entre Jonguitud y el
doctor Nava; otro día intervenir en un conflicto del maíz. En casi en todas las
cosas más delicadas que aparecían en las giras del Presidente, él me jalaba y
me fui ganando su confianza.
Eso me llevó a que cuando vino el temblor me
nombró Secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, para que me encargara del
tema de los damnificados del 85 y de la reconstrucción. Fue un trabajo
realmente muy satisfactorio, muy difícil, pero de nuevo era imponer una lógica
política distinta a la solución de los problemas.
Entonces dije: “Mejor vamos a escuchar a la
gente y vamos a armar un acuerdo de concertación con todas las fuerzas
políticas”. No eran partidos, sino organizaciones de damnificados,
organizaciones radicales, universidades, la iglesia y los empresarios.
Yo creo que fue realmente un gran acuerdo. Era
un pacto muy sencillo de seis puntos, con eso hicimos la reconstrucción y se
resolvió el conflicto social de la ciudad, que era muy grave.
Mi vida política fue transitando de un
conflicto a otro, en una situación donde a mí me parecía que había que abrir el
sistema, ésa era mi consigna personal. Yo partía de que el sistema ya no estaba
funcionando adecuadamente y tenía todas las evidencias, por todas las cosas que
yo había vivido. A mí también me tocó hacer las reformas constitucionales de
los artículos 25, 27 y 28, para bajar la tensión con los empresarios después de
la expropiación de la Banca.
Había vivido una a una todas las crisis, y
sabía que el sistema ya no estaba funcionando bien. Lo único que hacía era
aplicar de nuevo la misma fórmula: buscar el acuerdo con las partes y dar una
salida que no fuera partidista, sino una salida en términos de los intereses de
las instituciones del país. Eso mismo generaba bastante tensión con mucha gente
acostumbrada a lo otro, y que veía esto con mucha sospecha.
Así viví el 94. Creo que mi papel, dentro de
un sistema autoritario, fue ser alguien que apostaba por no resolver las cosas
por la vía de la represión. Tomar esa decisión en un sistema autoritario es una
decisión políticamente muy dura. No se trata de tener una posición moral, se
trata de arreglar el problema para que no se tenga que usar la fuerza. Creo que
eso derivaba del 68.
Yo no participé activamente en el 68, pero sí
me lastimó profundamente. Yo era muy del sistema: era hijo de un médico
militar, vivía en una casa grande en Las Lomas, iba a una escuela privada,
etcétera. Mi gran pregunta era si lo que había ocurrido en Tlaltelolco era algo
necesario en una cultura autoritaria o si había otras posibilidades para
resolver ese conflicto.
En la vida yo quise demostrarme que sí había
otras posibilidades de resolverlo, y además —lo digo con toda sinceridad— creo
que pude demostrarme a mí mismo, en distintos momentos y frente a la realidad,
que sí había fórmulas no represivas de resolver las grandes diferencias
políticas y sociales que hay en nuestro país.
HDM: 1994 fue un año tremendo. La historia
cuenta que usted leyó mal las señales, que no aceptó la decisión, que hubo unos
meses de tensión terribles que culminaron con el asesinato de Colosio en Lomas
Taurinas. Parece que a partir de ese momento su carrera política dio un giro
brutal.
MCS: Cuando llegó el gobierno del presidente
Salinas, yo estaba convencido de que el sistema político necesitaba abrirse.
Había un grupo dentro del propio equipo y en el gobierno estaban convencidos de
que no había que dialogar con el Frente Democrático Nacional ni con el PAN. Yo
pensé que, al contrario, lo que se necesitaba era dialogar con ellos y fui
defendiendo esa posición.
Esa es la posición que está consignada en las
memorias del expresidente Miguel de la Madrid; dice que yo quería ir muy
rápido, que llegué y le propuse que hiciéramos en México lo de Monclova, y así
fue. ¿Por qué? Porque frente a los resultados de esa elección yo estaba
convencido de que teníamos que encontrar una salida política. Busqué la
interlocución con ambas fuerzas de oposición: con Clouthier, con Cuauhtémoc
Cárdenas y con los líderes principales de ambas fuerzas políticas, y también
con la candidata de ese momento del PT.
Hubo una tensión permanente a lo largo del
sexenio entre quien sostenía que debíamos de dialogar con la izquierda y quien
sostenía que, al contrario, deberíamos acabar con la izquierda; que la
izquierda debería ser derrotada de manera estratégica, y que eso se iba lograr
en un acercamiento con el PAN y con los Estados Unidos.
Yo no era de esa idea. Yo fui el que hizo la
negociación con el PAN, no voy a negar lo que fue. Pero no estaba de acuerdo
con hacer un acuerdo político para excluir a una de las fuerzas, que daba la
casualidad, era la principal fuerza de oposición en ese momento.
Cada vez que había un lío de elecciones, le
decía al Presidente: “Esto no se vale. Aquí se pasaron de la raya. No es
posible que el PRI se salga con la suya en Baja California; no es posible que
el PRI se salga con la suya en Guanajuato”.
Esto se volvió a presentar cuando se discutía
la Reforma del Distrito Fedral. Me citaron a una reunión del gabinete, todo el
priísmo y todo el aparato del gobierno decían: “Claro que no debe hacerse la
Reforma Política del D.F.”. José Luis de la Madrid encabezando el debate, era
el más ilustrado, dijo: “Si nosotros aceptamos abrir las elecciones en el D.F.,
eso va ser como la revolución francesa, y vamos a perder el poder nacional. Hoy
es el D.F., y a la siguiente elección vamos a perder el poder nacional”.
Una y otra vez yo era la piedra en el zapato
que recordaba que teníamos que abrir el sistema, y eso me fue colocando en una
posición. Esa misma posición fue la que yo quería cuidar cuando la sucesión del
94.
Cuando vino el “destape”, en efecto, a mí no
me gustó la forma como se hizo. El Presidente me había llamado unos días antes,
nos había invitado a casa de Patrocinio. Ahí dijo que quien podía continuar con
las reformas era Manuel Camacho, también se lo dijo al propio Colosio. Y yo
dije: “¿Qué necesidad? Si somos amigos, si nos hemos jugado el todo por el todo
en estas cosas, y andar con este tipo de engaños”. Hablé con él al día
siguiente y me dijo: “No, yo no tengo candidato”, cosa que era totalmente
falsa.
Yo no tenía ya por qué tener mayor consideración
en tanto que él no la había tenido conmigo. Por eso es que cuando se dio el
“destape” yo dije: “No, aquí primero hablo con el Presidente”. Además me
parecía verdaderamente increíble que yo fuera a decir que “nunca había querido
ser candidato a la Presidencia”. Cada vez que yo había visto eso en las
anteriores sucesiones me parecía una cosa muy indigna.
Yo sentía que nosotros teníamos una deuda con
la democracia, que no podíamos andar a medias. Cuando yo vi que algunos de los
grupos que apoyaban a Luis Donaldo Colosio, eran exactamente los mismos que
querían cerrar el sistema y que estaban metidos en los negocios, yo dije: “No,
espérense”. Por eso cuando le doy el apoyo a Colosio, lo doy condicionado:
“Estoy a favor de la candidatura de Colosio; no estoy a favor del grupo de
intereses que lo respalda, y lo apoyaré en la medida en que él apoye la
democratización del país”. Él dijo: “No, yo jamás romperé todas las reglas”.
Al día siguiente acepté ser secretario de
Relaciones por dos razones. Primero, porque pensé que si no lo hacía así la
gente que me había ayudado y que había sido leal en el Departamento del
Distrito Federal, se iba a quedar sin chamba, entonces dije: “Por gratitud
personal”. Y, segundo, porque dije: “Bueno, como quiera que sea yo sí estaba en
estas reglas y si hago alguna otra cosa le voy a provocar un problema mayor o
se va generar una situación de enorme inestabilidad”.
No era mi interés ser candidato por ser
candidato. Siempre me interesó ver las consecuencias de mis acciones, y lo digo
con toda sinceridad. Mi gran preocupación no era asegurarme ser Presidente. Mi
gran preocupación era que me tocara ser Presidente y estar a la altura de lo
que era ser Presidente.
HDM: ¿El nombramiento como Comisionado no le
dio margen otra vez para volver? ¿Tener los reflectores de la prensa en todo
momento?
MCS: Se dice: “Él se fue de Comisionado sin
sueldo, porque eso le permitía ser candidato”, falso. La Constitución no
prohibía que yo fuera candidato si hubiera sido Comisionado. Y falso porque mi
interés no era ser candidato en ese momento.
¿Qué posibilidades tenía alguien de ir a parar
una guerra? Mínimas. ¿En dónde se paran las guerras con la política? ¿Por qué
lo hacía y por qué lo hice con absoluta confianza y con absoluta determinación?
Por esa historia personal de que no se usa el Estado para reprimir, de que
traíamos una deuda con la democracia por todo lo que habíamos vivido.
Yo dije: “Perdón, pero yo no voy a ser el
secretario de Relaciones que esté contando los muertos, porque yo sí hice mi
chamba. La zona más difícil del 88 era el D.F., y no hubo violaciones de
derechos humanos y recuperamos la gobernabilidad de la ciudad. Tengo derecho a
decir que no se vale que ahora terminemos este gobierno en un gran acto de
represión a las comunidades indígenas, porque además va a tener unas
consecuencias desastrosas para la estabilidad política de México”.
Esa fue la razón por la que yo fui. No tenía
ninguna posibilidad de ser candidato. No podían pensar en eso cuando no sabían
si me iban a secuestrar el día que estuviera ahí, cuando además las tres gentes
que habían ido antes que su servidor a resolver el problema habían durado
horas. Yo tuve que ir en una especie de misión de “aquí me juego el todo por el
todo”. Jugué el todo por el todo y salió bien. Se logró lo que era para mí el
objetivo fundamental: sentar a la otra parte en la mesa y evitar que se
prolongara el enfrentamiento militar.
HDM: Esa parte sí abrió otro margen de
maniobra política.
MCS: Esa tarea que hice sí hizo que yo tuviera
una presencia muy importante en los medios de comunicación nacional e
internacional. Pero yo esa fuerza la estaba utilizando para sacar adelante la
negociación.
HDM: Al ver que la prensa hablaba del
debilitamiento de la campaña de Colosio, de su posible reemplazo. ¿Usted cómo
lo vivía? ¿Qué pensaba alrededor de todo eso?
MCS: Yo pensaba que estaban leyendo mal las
circunstancias, que estaban viendo esto como siempre, de cuántos espacios tenía
en la prensa. Esas cosas llegaron al extremo. En una ocasión Emilio Azcárraga, padre, me invitó a desayunar para
reclamarme que yo tenía un grupo de relaciones públicas que hacía mi campaña
política personal, con una bolsa de millones de dólares. Yo le dije: “Emilio,
perdón, estás equivocado. Eso no es cierto. Mira, somos tres gentes que estamos
todo el tiempo juntos: Alejandra María Toscano, a quien le di todos los
comunicados; Roberto Salcedo, que ve todas las cosas de estrategia y de
negociación, y yo. Y también nos ayuda Juan Enríquez y nos ayuda otra gente más
con la prensa internacional”. Él me dijo: “Te estás burlando de mí”. Yo le
respondí: “Perdón, Emilio, es que tú piensas como una vieja computadora IBM.
Pienas que para hacer funcionar la comunicación necesitas todo el aparato y
todo el dinero. Perdón que te lo diga, pero yo estoy aprendiendo allá, en
Chiapas, que hay otra forma de comunicación, que es Microsoft; con una pequeña
computadora se puede lograr lo mismo que tu gran computadora. Entiende que
también hay otras formas de hacer comunicación”.
Y luego me pidió que le asegurara que los
corresponsales de Televisa iban a poder entrar a los eventos de la negociación
del EZN, con lo cual estaba reconociendo que su forma de hacer comunicación
también tenía sus límites.
HDM: ¿Él lo dejó fuera de la televisión?
MCS: No. El EZLN prohibía la entrada de
Televisa a las conferencias de prensa. Si a mí me dejaron fuera o no, no sé.
Pero lo que sí sé es que los zapatistas cerraron las conferencias de prensa y
que este era un problema real para Televisa: tenía un costo de prestigio profesional.
Luego me entero de que en las columnas de la
ciudad de México dicen que yo puedo ser candidato. ¿Y qué es lo que pasa? Que
cuando empieza a ocurrir eso hay muchísima gente que me empieza a decir: “Sí,
sí, lánzate”. Yo he tenido la decencia de nunca decir quiénes, porque todos se
volvieron luego colosistas, y no me interesa pelearme con la gente ni
desacreditarla.
Pero lo que sí le digo es que era un cosa
bastante nutrida, a donde iba la gente me decía: “Lánzate”. Yo tuve el cuidado
de escuchar un consejo que me dio mi amigo Roberto Salcedo: “Acuérdate del
soldado romano que por estarse viendo en su escudo como un espejo lo matan”. Y
dije: “Tiene toda la razón, esto no deber ser. Aquí hay una prioridad y la
prioridad es Chiapas”. Y así lo vi.
El día que yo me presenté dije: “no voy a ser
candidato”, y lo hice sin que nadie me obligara ni me dijera. El presidente
Salinas me había pedido varias veces que lo hiciera y eso nos generó una enorme
tensión a los dos. ¿Por qué? Porque a mí me parecía una fregadera que me
estuvieran acribillando en la ciudad de México, si yo estaba sacando una
chamba. Y además dije: “En el momento en que yo diga ya está todo, en ese
momento me van echar a perder lo de Chiapas. Qué a todo dar. Les salvé la
crisis, y luego me friegan a mí y hacen lo que se les pegue la gana, pues no”.
HDM: ¿Cómo fue la relación con Carlos Salinas
a lo largo del sexenio?
MCS: Era una relación en donde él me dio todo
su apoyo para gobernar el D.F.; nunca me regateó absolutamente nada. Ese fue el
acuerdo también. Yo pensaba que iba a ser secretario de Gobernación y cuando me
ofreció el D.F., no se lo quería aceptar. Acordamos que me iba a dar el margen
de gobernar el D.F. sin que nadie más interviniera. Él me lo dio y yo lo hice
respetar ese acuerdo.
HDM:
Cuando usted se describe a sí mismo como una piedra en el zapato, se
refiere no tanto al Presidente, sino al grupo que rodeaba al Presidente.
MCS: Era una línea política diferente. Cerca
del Presidente había quienes consideraban que no se debía hacer ninguna
concesión al cardenismo del 88. Hasta las senadurías del D.F. había que
regatear, todo había que regatearles. Y había quienes decíamos que no, que era
necesario hacer una negociación con el cardenismo y que había que incluirlo, y
que teníamos que hacer una Reforma Política completa. No se valía que se
aprovecharan del acuerdo que nosotros habíamos avanzado, que yo había avanzado
con el PAN, para hacer un acuerdo PRI-PAN para excluir a la izquierda. Tampoco
era soltar el poder de manera ingenua. Sí había una diferencia de criterio que
aparecía una y otra vez.
HDM: ¿Qué pasó con su relación con Salinas
después del asesinato de Colosio? ¿Y qué pasó con Manuel Camacho dentro del
PRI, después del asesinato de Colosio?
MCS: Con el “destape” la relación se tensó
mucho. Después vino lo de Chiapas y el Presidente me apoyó en lo que hice. Vino
el asesinato de Colosio y las cosas estuvieron difíciles para él y para mí. Yo
más o menos traté de llevar la situación en paz. Pero después siguieron
ocurriendo cosas y llegó un momento en que yo dije: “Ya estuvo suave”.
HDM: ¿Qué cosas?
MCS: Se metieron a mi casa, me robaron papeles
personales, y entre Zedillo y Salinas se echaban la pelota de quién era el
responsable de eso.
HDM: ¿Y usted qué piensa?
Respuesta: Yo creo que fueron los dos. No sé
quién lo tuvo primero, pero uno lo mandó al periódico y el otro lo hizo con
consentimiento y ninguno de los dos hizo nada para evitarlo.
Cuando llegué a mi casa y vi lo que había
sucedido, dije: “Ya ni siquiera tengo libertad de pensar. Tengo unos papeles
personales que ni siquiera voy a publicar, y ahora van y se roban esos
materiales para ridiculizarme”.
Fui con el presidente Salinas y le dije:
“Mira, es increíble lo que estás haciendo”. Ahí la relación ya estaba rota. Ni
siquiera fue porque yo no fuera candidato, porque también pude haber salido
después de todo esto y me pude haber ido al PRD o al PAN. Para mí no tenía
sentido hacer esas cosas.
Hicieron el ridículo, todo por unos papeles
que yo no publiqué. Y les dije: “Están actuando de una manera que no tiene
límites, porque están revelando en las columnas periodísticas las
intervenciones de mi teléfono, donde están hablando de estas memorias”.
Frente a ese tipo de cosas, yo tomé mi
decisión y dije: “Yo ya no tengo nada qué hacer aquí”.
HDM: ¿Hay un proceso de desgaste de su figura
política en esos momentos?
Respuesta: Pues cómo no, si asesinan a un
político y me avientan parte de la responsabilidad, a ver quién la aguanta. Si
de milagro que estoy vivo y de milagro que estoy actuando en la política, que
nunca me lo hubiera imaginado, sobre todo lo segundo.
HDM: ¿Qué pensó en ese momento?
MCS: Pensé que era una tragedia; para mí una
tragedia es algo que no tiene remedio y así lo vi. Dije: “Yo no me voy a hacer ilusiones
de que voy a volver a la vida política, pues cómo voy a volver con esta carga”.
Internamente estaba muy tranquilo. ¿Por qué?
Porque sabía que yo no había tenido nada qué ver en eso y sabía que los valores
que yo estaba defendiendo eran los valores que le convenían a este país, y que
lo que estaban haciendo mis adversarios era exactamente lo contrario.
Yo moralmente me sentía bien y por eso no me
afectó nada, yo seguía haciendo mi vida. Me interesaba ver cómo sobrevivía con
mi familia. Me echaron al gobierno encima al siguiente sexenio, no podía ni
conseguir trabajo. Alguien me invitaba a dar una conferencia en Tampico, que me
iba a pagar 50 mil pesos, y hablaban para decir que eso era algo que iba ser
muy mal visto por el Presidente. Me cerraron todo lo que pudieron cerrar:
cambiaron la Constitución para que yo no pudiera ser candidato aquí, en el
D.F., que era lo que me hubiera permitido tener una presencia nacional de
nuevo. No me quedó de otra más que aguantar, sobrevivir políticamente. En lo humano,
en lo personal no me afectó en nada, al contrario, me enriqueció mucho.
HDM: ¿Y cómo se abre la posibilidad de hacer
otro partido?
MCS: Se abre con todas las dificultades,
porque yo no tenía dinero. Allí Marcelo [Ebrard] contó absolutamente. Éramos muy
pocos, pero muy decididos.
No tuvo éxito lo del partido, pero para mí fue
muy bueno porque aprendí a hacer política con un mínimo de dinero. En ese
sentido me sentí bien. Además tuve una gran derrota en esa elección, yo ni
quería ser candidato. Yo dije: “Vamos a formar el partido para poder hacer una
coalición PAN-PRD, con el modelo éste de la concertación chilena y lo
empujamos”.
Y creció en la opinión pública, pero los
actores políticos no dieron el ancho. Fox pensó que se podía quedar con todo el
poder, ya no se pudo hacer la coalición. No quise ir a una coalición que me
aseguraba a mí el registro de ese partido. Yo me daba cuenta de que no íbamos a
cambiar desde ahí absolutamente nada. La única posibilidad que teníamos de
influir en la política era que a partir de estar en la mesa convenciéramos al
PAN y al PRD de ir en una coalición. Se avanzó mucho en esa idea, incluso se
hizo hasta una distribución, yo iba ser el coordinador de ese grupo PAN-PRD en
la Cámara de Diputados.
Aceptamos lo de la candidatura de Fox, pero él
estaba en otra cosa. Yo fui el representante de todos ellos ante Fox para
llegar a la última negociación. Fox quería abrir el sector eléctrico, quería
abrir el sector energía, no estaba abierto a ninguna concesión y no quería
hacer ninguna concesión democrática, ni siquiera estaba dispuesto a someter
alguno de los nombramientos que tenía a la ratificación del Senado. Ante eso ya
no había nada qué hacer.
HDM: Ese partido se llamaba Partido de Centro
Democrático.
¿Cómo fue cambiando su ideología a lo largo de
todo este tiempo, para que usted se acercara a un partido cuyo nombre era
Centro?
MCS: Yo siempre tuve una mayor simpatía por
las posiciones de centro-izquierda. Mis héroes eran Lázaro Cárdenas y Benito
Juárez; quizá sea muy común en ese sentido, pero eran y siguen siendo mis
convicciones.
Fue un cálculo político y es una convicción.
Es una convicción porque yo sí creo que esa deficiencia política que traemos
del siglo XX es lo mejorcito que hemos tenido políticamente en el país. Y sí creo
que en un país como México tener una social democracia a la mexicana, es algo
que sería realmente de utilidad. Con social democracia no me refiero al nombre,
me refiero a una fuerza política que luche por una mayor justicia, pero
respetando los sustentos fundamentales de un Estado de Derecho y de una
democracia.
Necesitamos una gran fuerza política, pero esa
gran fuerza política no puede ser un partido paraestatal, no puede ser un
partido que vaya a apoyar el Pacto, para que se haga exactamente lo contrario a
lo que tú estás defendiendo en una acción de ingenuidad o de oportunismo
político. Tampoco creo que vayamos a cambiar el rumbo del país desde unas
posiciones radicales, que lo único que van a hacer es aislar a la clase media y
vamos a perder todas las elecciones y aglutinar a todas las fuerzas políticas
en contra.
Yo creo que el político no sólo tiene la
necesidad de fijar un rumbo y decir: “Este es el proyecto en el que yo creo”,
también tiene que ver cómo sus acciones lo llevan a esa dirección y no en la
dirección contraria. Porque si no, vámonos a la pura política testimonial, a
ver quién es más puro. Yo creo que la responsabilidad del político —soy muy
weberiano— son los resultados. Esa es nuestra responsabilidad, eso es lo que
nos distingue.
Dentro del PRI fui el ala reformista en serio,
porque es muy fácil decir que eres reformista. No, reformista es cuando te
opones a un Presidente y le dices: “Eso no está bien”. Reformista es cuando le
dices el partido entero: “Hay que entregar esta posición”. ¿A la oposición?
¿Por qué? Porque nos la ganaron. Reformista es cuando en medio de una crisis
estás dispuesto a sentarte con tu adversario; reformista es cuando después del
85, que casi están tomando Los Pinos, y el Presidente te ofrece ser Secretario
de Desarrollo Urbano, le dices: “Presidente, yo no soy la persona, porque yo no
sé de esto”. Reformista es estar en el gobierno y señalar la corrupción, no
quedarte callado.
HDM: ¿Por qué se da la persecución del
gobierno del sexenio zedillista?
MCS: Se da porque venía desde el gobierno del
presidente Salinas. Yo tenía una buena relación con Zedillo, a mí me caía bien,
habíamos trabajando juntos en la oficina de Leopoldo Solís.
Yo le propuse a Carlos Salinas que lo nombrara
Director de Estudios Políticos, cuando se fue Rogelio Montemayor de diputado;
yo fui a hablar con Zedillo para jalarlo al equipo de Salinas, y no quiso
porque tenía que pagar su casa, le iban a dar un crédito en el Banco. En fin,
por razones de ese género y después lo nombraron Subsecretario.
Cuando lo nombraron Secretario de Educación a
mí me había tocado manejar el conflicto magisterial. Yo tenía relación con la
Coordinadora, con el SNTE y con Elba Esther Gordillo. Ambas fuerzas tenían la
interlocución conmigo y él se sintió muy incómodo de que alguien más en su área
tuviera la interlocución.
Y hubo quien se dedicó a intrigar. De repente
había un conflicto en el Poli y le llevaban a él fotografías, diciéndole que
Manuel Camacho era quien estaba creando el conflicto, que eso lo estaba “armando”
el jefe del Departamento del Distrito Federal. Y la prueba era que los que
habían llegado a la protesta, se habían trasladado en un camión de la Ruta 100.
Con base a esa información yo era el que le estaba generando a él los
problemas. Era absolutamente falso.
Él no tuvo que resolver el problema
magisterial, yo lo resolví. Cuando él llegó ya tenía puesta la mesa. Le
entregué todo porque tenía el verdadero deseo de que le fuera bien y porque
además simpatizaba con él.
La otra cosa que también creo es que tenía
muchas ganas de ser candidato a la presidencia, y que tenía el respaldo del
todopoderoso José Córdova. Yo era un obstáculo también para eso.
HDM: Pero una vez que llegó, inició una
especie de persecución.
MCS: Desde antes. ¿Por qué? Porque teníamos
posiciones encontradas. Él tenía la impresión de que había que ir tras Marcos,
que no había que hacer ninguna negociación, cosa que después se hizo; le falló
pero lo hizo.
Zedillo llegó al gobierno y un día, en febrero
del 95, me llamó para ofrecerme ser embajador en París. Pero me dice: “Para que
se vayan olvidando las cosas de Colosio”. Ahí sí le dije: “No. No voy a ser
embajador y a ti no te voy aceptar que me saques el tema de Colosio. Tú sabes
perfectamente que yo no tengo nada que ver en esto. No me vengas con cuentos”.
Se levantó furioso. Yo me quedé desayunando en Los Pinos, en la casa de Lázaro
Cárdenas. Yo dije: “Que él haga su coraje. ¿Pues quién es? ¿Cuál es su
autoridad moral para venir a decirme eso?”. A los 15 minutos escuché que ya se
había tranquilizado, y me dijo: “¿No crees que es mejor que hablemos de
política?”. “Sí, para eso vine. Claro que sí, Ernesto. No hay problema,
hablemos de política”.
Zedillo me dijo: “Mira, Manuel, el problema no
es lo de Colosio, el problema es el partido. Los compañeros tienen mucho temor
porque piensan que la única manera en que pueden perder una elección es que tú
unifiques a la izquierda y a la derecha. El único que puede unir al PRD y al
PAN eres tú, y si eso no se da, el PRI conservará la presidencia de manera
permanente. Existe una gran desconfianza de que tú puedas hacer un juego en
donde traiciones a nuestro partido. Yo te propongo que en vez de eso dentro de
15 días vayas al consejo del partido y restablezcamos una relación”. Le dije:
“No sé si voy a ir o no, porque ya viví lo que me pasó en el velorio de
Colosio. Lo voy a pensar, pero por lo pronto a ti te agradezco que me digas la
verdad. Mantengamos la comunicación”.
Cuando surgió el famoso documento de la carta
de Zedillo a Colosio, ese día me echaron todo en contra. ¿Por qué? Porque había
que encontrar un pararrayos y qué mejor que Manuel Camacho. Yo ahí sí dije:
“Ahora sí va el mío y hasta aquí llegamos”. Lancé una carta muy dura; cosas que
yo sabía que comprometían a los que me estaban atacando. Les dije: “Órale, yo
aquí me muero, no me voy a echar para atrás”.
HDM: ¿Cómo fue el acercamiento con López
Obrador?
MCS: Porque yo me había portado bien con la
izquierda todo el tiempo.
Había una simpatía mutua. Yo ya me había
salido del PRI. Yo había ayudado a la alianza PAN-PRD, la platicamos en mi casa
de Andrés Manuel López Obrador, Santiago Creel y yo. Ahí empezó la idea, y
López Obrador apoyaba totalmente la alianza con el PAN para sacar al PRI y
Creel también la apoyaba totalmente. Después se nos ocurrió hacer una cita en
la oficina de Diego Fernández, para que esa parte del PAN no se opusiera a lo
que estábamos haciendo.
Yo había mantenido la comunicación con López
Obrador durante todo ese tiempo. Y cuando me ofrece ser diputado le dije: “Sí,
si me aceptan este término, y si me lo aceptan las cinco piezas fundamentales
del PRD, porque yo no voy a estar en el tema de las tribus. Yo voy ir a tomar
la tribuna; voy a defender el tema del petróleo; voy a defender la democracia,
no voy a meter ningún otro interés. Si ellos aceptan que ése sea mi papel como
diputado, con mucho gusto acepto si no, no voy a aceptar”. Todos me lo
firmaron: Cuauhtémoc Cárdenas, Jesús Ortega, Martí Batres, los que estaban en
ese momento; Rosario Robles, que era la presidenta del PRD.
López Obrador me invitó a ser coordinador en
las redes ciudadanas que “armamos”, y me metí y me metí de lleno al tema del
desafuero. A mí me tocó entrar a las plazas de Guadalajara, unas muy
complicadas en el norte del país y me tocó hacer la tarea con los medios
extranjeros, para convencerlos de que el desafuero en México era una cosa
contra la democracia. Hice mi chamba.
HDM:¿Cómo es hoy su relación con él?
MCS: No lo he visto desde hace tiempo.
HDM: ¿Hubo una ruptura?
MCS: No, hay respeto mutuo. Él está en lo suyo
y yo estoy en lo mío, pero no hay ninguna ruptura; tampoco hay una relación de
supeditación política ni mucho menos.
HDM: ¿Cuál es la situación de la izquierda
ahora?
MCS: La situación de la izquierda es que
finalmente obtuvo 15.8 millones de votos en la última elección y que esos 15.8
millones de votos no están representados para nada.
Tenemos una izquierda fragmentada, que no
tiene un proyecto, que no tiene una estrategia, que está sometida los intereses
del régimen, que es altamente ineficaz, que es muy anticuada en sus estrategias
electorales.
Si nosotros no conectamos esos 15.8 millones
de ciudadanos; si no conectamos a esa sociedad no representada en las fuerzas
políticas tradicionales y en las instituciones con la política, simplemente no
existimos. Y hoy no estamos haciendo esa tarea.
Entonces, ¿qué es lo que se necesita? Desde mi
punto de vista, no es un tema de partido o de corriente; es un tema de cómo se
logra la representación de esa parte de la sociedad, cómo esa representación
influye en la toma de decisiones nacionales, no como acompañante, sino como
contrapeso, como oposición democrática, y cómo desde esa posición se aspira a
ganar las elecciones que vienen. Lo cual no quiere decir que vas a ganar de
manera arrolladora, porque eso ya no es posible hacerlo, afortunadamente, en
México, y eso también te lleva a otro tipo de proyecto de gobernabilidad. No
puede haber aquí ya ninguna fuerza hegemónica, vamos a tener que gobernar con
los demás, pero sí tienes que ganar una elección.
Y una elección no se va ganar con las
decisiones que hoy se están tomando en la izquierda. No sólo no las vamos a
ganar, sino vamos a una derrota absoluta en el 2015.
Ahora, ¿cuál para mí es la decisión
inteligente en todo esto? La decisión inteligente me parece que son dos cosas:
Hay que hacer un frente amplio, como el uruguayo. En el Frente Amplio Uruguayo
estaban los demócratas cristianos, estaban los tupamaros, estaba la
socialdemocracia, en fin, estaban multitud de liderazgos y de grupos políticos.
Hay que sentar a las 20 gentes que tienen
representación, y aceptar reglas comunes para poder tener un proyecto común
inmediato; no va a ser cambiar a alguien, sino lograr la democratización del
régimen, lograr el sometimiento del poder público a una efectiva rendición de
cuentas, a que haya separación de poderes, a rehacer el sistema federal, a
tener una política de crecimiento económico que funcione y no nada más las
reformas estructurales. Es decir, tenemos que tener un programa.
Y creo que ese Frente Amplio sólo se podría
lograr, hipotéticamente, mediante la fusión de los partidos políticos, porque
de otra manera aunque quieran marchar de la mano esos partidos políticos van a
competir por los mismos votos y lo único que van a provocar es una derrota
electoral.
Ahora, si eso se diera, si en vez de estar con
la coalición electoral en la que yo participé en el 2012 —que no era nada fácil
lograrla, porque estaba todo muy dividido— se vio que a pesar de todas las
fracturas y de todas las tonterías, ir unidos nos dio los 15.8 millones de
votos.
La otra clave está en abrir esas estructuras
políticas a la participación: empezar a reclutar a los mejores jóvenes, abrir a
los medios, hacer otro tipo de política. Estamos en la política más anticuada,
corporativa, clientelar, caudillista, sin comunicación política y peleados. Así
no vamos a ganar nada.
Necesitamos hacer una estrategia de
crecimiento. No es el 2018 la salvación política con una candidatura
presidencial.
Si el gobierno actual estuviera absolutamente
consolidado, si los niveles de aprobación del presidente subieran 60,65 por
ciento, como han tenido otros presidentes, estaría en chino.
Por lo pronto, como están las cosas y como se
perfilan, para el 2015 hay un espacio de crecimiento político. No es que no
haya las condiciones; es que nosotros no las estamos aprovechando.
HDM: ¿Qué tipo de negociación está haciendo
ahora la izquierda?
MCS: Yo haría la diferenciación entre
negociación y cooptación. Una cosa es que negocien la política y otra cosa es
que te usen para los propósitos de alguien más.
Y pongo el ejemplo del Pacto por México. Yo no
tengo nada en contra de los “chuchos”, la llevo muy bien con ellos, hicimos los
acuerdos del Movimiento Progresista en el 2012. Pero creo que ellos se
equivocaron porque apostaron todo al Pacto por México. Cuando ellos trataron el
Pacto por México nosotros dijimos con toda claridad que no íbamos al Pacto,
porque el objetivo era abrir el petróleo, reformar los artículos 27 y 28, y que
si nosotros facilitábamos la tarea íbamos a terminar en eso. ¿Y cuál iba a ser
la justificación después para salirnos?
No es que no se viera. Sí lo vimos y sí se los
dijimos. En el momento que yo leí el documento del Pacto no me quedó ninguna
duda de que era: “Les damos a ustedes los dulces que quieran, el estado de
bienestar —y ya vimos qué estado de bienestar— a cambio de la reforma fiscal y
de la reforma energética”.
HDM: ¿La izquierda seguirá siendo rehén de un
candidato?
MCS: No. Son dos coyunturas distintas. Una es
la coyuntura del 2012, que se dio en ciertas condiciones y otra será la
coyuntura del 2018, donde un elemento importante a considerar para la izquierda
va ser qué va a hacer López Obrador. Dentro de cinco años quién sabe qué va a
hacer. Tiene que ver con muchos otros temas, empezando con psicologías
personales, pero sobre todo, con circunstancias políticas. ¿Qué va pasar en
cinco años? Nadie lo puede anticipar.
Yo haría una sola apuesta. Yo creo que en el
transcurso de estos cinco años se va a seguir generando una oposición política
en el país que no va a tener expresión. Esa es mi carta. ¿Por qué? Porque nadie
va a poder arreglar esto bien, porque sigue habiendo un mal resultado
económico, porque la seguridad sigue siendo difícil y por más exitoso que sea
todo esto va a ser muy poco lo que va a llegar abajo.
Yo estoy convencido de que eso va a ocurrir,
porque además ha ocurrido siempre. La historia del país en los momentos de las
sucesiones presidenciales hace que se acumulen las inconformidades de los cinco
años.
Ahora, ¿esa oposición a dónde va ir a dar? No
sé. Depende de qué candidatos haya, depende de qué estrategias haya, depende de
qué haya logrado el gobierno. Es absolutamente impredecible para mí el 2018; el
2015 ya casi lo tengo más que claro, pero el 2018 no lo veo.
HDM: ¿Cómo ve el 2015?
MCS: En el 2015 veo que el PRI estaría en
posibilidad de perder la elección por los resultados del gobierno y por la
forma como ha ido bajando la aprobación del presidente; pero que es tal la
fractura y las tonterías que hay en la oposición, que no va a darle al PRI la
victoria su éxito, sino el fracaso de las dos oposiciones.
En una elección así, ¿qué es lo que va a ocurrir?
Que el nivel de participación va a ser muy bajo, las maquinarias van a ser muy
fuertes y nada más imaginemos el flanco en la izquierda.
Pongamos el caso crítico que es el D.F. En el
D.F. estará compitiendo el PRD —y un PRD dividido—, con MORENA, que se va
llevar equis porcentaje de votos; con un PT que va tratar de captar las
disidencias del PRD, y con un Movimiento Ciudadano que va captar las
disidencias del PRD. Va a ser el desastre político, y agrégale a un gobierno de
la ciudad que no está en sus mejores momentos. Yo no veo cómo se pueda ganar
esto.
HDM: Y con tal división de los partidos, ¿cómo
cree que es posible un gran Frente Amplio que pueda derrotar al PRI?
MCS: Yo veo muy difícil que se pueda lograr
esto. Antes de las elecciones del 2009, un día López Obrador me pidió que
hiciera un documento, inclusive lo leí delante de los “chuchos”, de Anaya, de
Dante y de todos éstos.
Yo les dije: “Si no nos aliamos para el 2009,
el PRD va terminar con un 12 por ciento de los votos, va ser un desastre, y si
nos aliamos podemos llegar casi al 26 por ciento. Tenemos que cambiar nuestra
política, pero si seguimos nada más todo contra Calderón y divididos, vamos a
terminar con el 12 por ciento”.
Vinieron las elecciones del 2012 y yo tenía
esa gráfica. Los del PRD me invitaron a una reunión en Morelia, querían correr
a Chucho, quien ya era presidente del PRD. Yo había estado con Ortega. Me
parecía una tontería en ese momento hacer el ajuste de cuentas.
Saqué la gráfica y les dije: “Miren, no quiero
decirles que yo se los dije, no; les digo algo peor. Cuando yo les dije esto
todos estuvieron de acuerdo, pero todos siguieron haciendo exactamente lo
contrario a lo que se necesitaba hacer, ¿verdad?”.
Con esto quiero decir dos cosas: que a pesar
de condiciones muy adversas, en un momento dado la razón puede imperar y decir
“ya no hagamos esta tontería”. Claro que para que esto se dé, tiene que haber
generosidad de alguien, en este caso la generosidad fue de Marcelo. Si Marcelo
no cede la candidatura a la Presidencia no hubiera habido la coalición; ante
todo mundo empecinado simplemente no se puede.
Pero también lo digo porque sí creo que a
pesar de todo, es de tal magnitud la derrota a la que vamos por parte de la
izquierda en el 2015, que debería haber un mínimo de sentido común, de
sensatez, para decir: “No podemos hacer una gran coalición, porque MORENA
quiere sacar sus votos y la Ley lo impide; no podemos decir que exista Fulano y
Zutano, pero por lo menos en los lugares donde son vitales para nosotros
lleguemos a ciertos acuerdos. Que López Obrador se lleve Iztapalapa y que el
PRD se lleve Gustavo A. Madero, y al PT le entregamos estas posiciones”. Es
decir, si no hacemos un acuerdo aunque sea de facto, pragmático, ya sabemos
cuál va ser el resultado.
La gente va decir “tal partido no”, no van a
inspirar mucha confianza. Quién sabe a qué nos enfrentemos. No sé qué vaya a
hacer el PAN, quién sabe qué vaya a hacer el propio PRI.
HDM: ¿Cómo describiría a la izquierda mexicana
de hoy?
MCS: Está fracturada. No sabemos qué tanto
vaya a crecer MORENA, pero ahí va a estar. ¿Qué puede sacar? No sé, seis por
ciento, ocho por ciento, 10 por ciento; lo que saque es suficiente para
derrotar al PRD.
Yo digo que es una verdadera tontería la
competencia que hay hoy. La competencia que hay hoy es: “A ver si el PRD saca
dos por ciento más que MORENA o si MORENA saca dos por ciento más que el PRD”.
¿Y el PRI qué, el PAN qué y la estabilidad política del país qué?
Pero esa es la circunstancia que está viviendo
hoy la izquierda. Y luego está todo mundo atrapado en las cosas de la cultura
política de la izquierda, de la cosa sectaria. Se necesita que haya una lógica
política distinta para que esto pueda tener eficacia. Si no hay una lógica
política distinta y todo queda en manos de los aparatos y de las inercias, pues
vamos a lo que vamos.
HDM: ¿Cuál es la solución para el 2018?
MCS: A Marcelo se lo están acabando con la
Línea 12. ¿Cuál es el problema de Marcelo? Está hasta arriba en las encuestas,
ése es su pecado. Hasta arriba está Peña que va para abajo y que no puede ser
candidato; está Cuauhtémoc Cárdenas, muy prestigiado, pero que es difícil que
pueda ser candidato. Está Miguel Ángel Mancera, que ha perdido más de 20
puntos, y está López Obrador, que trae los negativos que trae, pero ha logrado
hasta ahora, hasta este momento conservar un alto posicionamiento y un nivel
alto de reconocimiento en el país. Y está Marcelo Ebrard, que es el que tiene
los menos negativos y que está en niveles de reconocimiento que se aproximan a
los de López Obrador y los de Peña. Tiene una obra en el D.F. que fue
reconocida por su seguridad, por sus obras en infraestructura, por los derechos
políticos y ahora va a destruir el capital político que le permitió ganar la
elección.
HDM: Es un panorama muy sombrío, ¿no?
MCS: No, es un panorama absolutamente real.
Ahí están los números. Ojalá fuera sombrío, ojalá estuviera yo de pesimista y
no fuera así. Ojalá me equivoque, pero así están los números, y además llevo
observando los números 40 años.
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