El divorcio del Presidente

Diario de un Reportero
El divorcio del Presidente
Ramsés Ancira

Si en su momento Angélica Rivera representó un papel importante para impulsar la carrera presidencial de Enrique Peña Nieto, hoy es uno de sus principales estorbos como mandatario. El divorcio es una buena opción. Los publirrelacionistas e imagólogos tienen los elementos para justificarlo y convertirlo en una decisión muy valiente.  La señora no entendió, jamás pudo cambiar su visión de estrella frívola, se le vio en las portadas de Hola, pero no en la Ciudad de las Mujeres  construida en Guerrero. Adiós y gracias.

Enrique Peña Nieto podrá volver a representar el papel de millonario seductor y junto con Miguel Ángel Mancera repetir en el papel del soltero codiciado. El ciudadano presidente no va a esperar a dejar de serlo, como su antecesor José López Portillo, para dejar de simular un matrimonio que no le conviene, es más, le avergüenza en público, no sólo en México sino en la grabación de telenovelas imperiales, en Zacatecas, como en París.

Angélica, así, podrá conservar la casa de las Lomas o convertirse en estrella de una televisora hispana de los Estados Unidos. Debe haber un pre acuerdo matrimonial para comprar su silencio  y si no, ya debe saber cómo acaban los enemigos del PRI, o si no que le pregunte a Elba Esther Gordillo. Deben sobrar facturas para comprobar como gastó dinero público en Venecia o Beverly Hills.
Lo importante es quitar el escorpión del lomo del presidente.

Pero ese es asunto del “show business”.  

En estos días Enrique Peña Nieto, en el PRI, se ve feliz, lo malo es que si al presidente le va bien a México le va muy mal. Su discurso demuestra que sigue sin entender, que cree que el poder consiste en que lo quieran, que para quererlo solo necesita sonreír como Tom Cruise, verse enérgico y entusiasta, retratar bien para las cámaras (preferentemente las de Televisa) y dar golpes mediáticos como el que justifique la necesidad de su divorcio. Él tan trabajador y constante, capaz de levantarse de su lecho de enfermo en unas horas tras su operación, y su mujer en Venecia como si el dólar no estuviera casi  en 17 pesos, Joaquín Guzmán Loera Libre, y el ejército mexicano entero en tela de juicio, por no querer dar respuesta puntual a tres hechos puntuales: Tlatlaya, Ayotzinapa y ahora Ostula.

El problema Angélica Rivera lo podrán resolver fácilmente los expertos en manejo de crisis, pero el divorcio del presidente Peña Nieto con los mexicanos no hay quien lo resuelva, y si no se resuelve, como bien lo dice Jenaro Villamil, “vamos a vivir tres años espantosos.”

Graves, muy graves son las cosas cuando en la sede del Partido que se caracterizó como un ogro filantrópico (en versión de Octavio Paz) que se definió como corrupto pero generoso con los más pobres, el presidente de México va y dice que el populismo es peligroso, que es una ruta que promete el bien, pero acaba por dejar peor a la gente.

Mentira, la única forma de gobernar bien es no querer saberlo todo, no decidir por los demás, no creer que se tienen las respuestas a todos los males, en síntesis, es no gobernar mal,  como mal gobierna el PRI.

La serie de televisión más cara y mejor calificada de todos los tiempos se llama Juego de Tronos. Tiene una apreciación de 9.5 sobre 10  según la base de suscriptores de la mayor base de datos sobre cine en el planeta, IMdB.  En una de las sub tramas se libera por decreto a todos los esclavos de los reinos que se van conquistando. Estos se rebelan contra sus libertadores, algunos de ellos lo explican así, tenían trabajos en donde los valoraban, ahora comen en establecimientos tipo “sinhambre” en México.  Duermen en las calles y ahora todos son parias en igualdad de circunstancias, mientras que cuando tenían un jefe se valoraban sus conocimientos y especializaciones. Conclusión, nada se logra por decreto, ni siquiera la libertad.

En el gobierno de Enrique Peña Nieto a la opinión pública se le llama populismo, si al pobrecito de Luis Videgaray ya se le cayó el pelo de no dormir, pensando cómo se ajusten las variables económicas a lo que a él le enseñaron en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, si ya la gente empieza a aceptar que el mejor secretario de Educación Pública posible no es un maestro, sino un ex secretario de gobernación con fama de represor; si por más muertes sin resolver que se atribuyan a militares, Salvador Cienguegos representa la lealtad al PRI y al Presidente; si más de 150 mil mexicanos pueden pedir que se le quite el registro al Partido Verde y sigue recibiendo prerrogativas, incluso para balear priistas si es necesario ¿para qué cambiar?

Ojalá que todo fuera tan fácil para Peña Nieto como divorciarse de Angélica Rivera. Eso es tarea fácil para expertos comunicólogos en manejo de crisis. Lo trágico es que, aunque ahora virtualmente soltero, luzca mucho más feliz, no quiere gobernar con los mexicanos que han luchado porque México sea mejor, por el contrario, al doctor Mireles y Nestora Salgado los mantiene en mazmorras, sino medievales como en “Juego de Tronos” si lo suficientemente aislados para mantener felices a caballeros templarios, narcomilitares y caciques.

Ojalá fuera solo populismo, de lo que habla Peña Nieto y de lo cual se enorgullece, como el alumno que se aprendió el discurso que le dictaron las cúpulas empresariales y los organismos financieros, es de su divorcio con la clase intelectual y transformadora de México. Y no, de ellos no se puede siquiera separar, porque lo que se fractura es el Estado entero, que ya de por si no tiene mucha relación entre Sonora y Yucatán, entre Veracruz y Sinaloa. Cada entidad se defiende con sus propias uñas y no hay cohesión, ni ideológica, ni turística, ni programática, ni de seguridad, ni de soberanía alimentaria. De nada.

Nadie conoce el proyecto de país. Hay una enorme propaganda a las reformas, ninguno de los 104 millones mexicanos conocemos las metas. Ha de ser porque no existen. El presidente ya se divorció de todos nosotros. Todo antes de que lo acusen de esa cosa horrible, de populista.



Si el gobierno de Peña Nieto es fuerte, el Estado es débil, más débil que nunca. Por eso aunque al Presidente le vaya bien, con su visión de Estado, excluyente y partidista, a México le va mal.

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