Vergüenza nos debería dar
Por José Woldenberg
Periódico Reforma 26 de junio, 2014
Ahora resulta (para algunos) que puto no es un insulto y que si lo es, no tiene la menor importancia, como diría Arturo de Córdova. Incluso, me dice un amigo que existe el derecho a insultar. Que es una derivación natural de la libertad de expresión. Pues no. Tampoco importa que la FIFA haya absuelto a México, pues no es un asunto que se resuelva con sanciones. El famoso grito es un espejo de lo que somos y de lo que creemos que estamos autorizados a hacer en aras del relajo.
No es cierto que la violencia verbal sea anodina. Hace daño. Agrede. Y se usa precisamente para eso: para denigrar, ofender, sobajar, discriminar. Negro, puto, indio, vieja, pueden ser hasta términos cariñosos; pero suelen ser dagas para joder, para humillar. Todos lo hemos hecho y quizá todos, en algún momento, lo resentimos.
Cuatro argumentos he leído para justificar a la masa de gritones. El primero es increíble: decirle puto a alguien no es un insulto. Se trata de pura y dura hipocresía, porque si no lo fuera nadie lo gritaría. Porque, puto, no nos hagamos, se utiliza en México para ofender a alguien que es o consideramos homosexual, como si esto último fuera una afrenta. Y por extensión se lo aplicamos a los que suponemos miedosos, traidores, pusilánimes, y agréguele usted. Es una injuria.
Otros, nos dicen, “es solo un juego, y por ello, no hay que exagerar”. Por supuesto que los que gritan puto se divierten, y para muchos de ellos es un esparcimiento; se sienten en un recreo que les permite todo tipo de desahogos. El asunto no es si ellos están jugando, sino lo que significa para los otros, los que reciben los dardos de sus gracejadas. El tipo que le lanzó un plátano a Daniel Alves del Barcelona a lo mejor estaba “jugando”… pero a costa de otro, al que equipara con un chango. Y eso es racismo puro, como puto es parte del diccionario homofóbico.
Otros más lo justifican con el argumento de que siempre ha sido así, que así es y así será. Que en los campos de futbol los jugadores se insultan y que en las tribunas no puede ni debe ser de otra manera. ¡Bonito razonamiento! Bajo esa premisa, pegarle a los hijos para supuestamente educarlos, impedir que las mujeres ocupen cargos públicos o acosar a los homosexuales diciéndoles maricones, jotos, putos, es legítimo porque no lo inventamos nosotros sino que lo heredamos como producto de una larga tradición. Que todos o la mayoría haga una cosa no la legitima. Hasta hace unos años, la mayoría decía que un poquito de violencia aplicada a la educación de los hijos no hacía mal, ya que era un recurso pedagógico. Creo, sin embargo, que poco a poco, precisamente por la resistencia primero de una minoría que paulatinamente se expandió, hoy por lo menos los golpes a los niños tienen una menor legitimidad que en el pasado inmediato. Cuando no pocos comentaristas y hasta la Federación Mexicana de Futbol salen a decir que puto es un grito natural, que no es para tanto, expresan de inmejorable manera la forma en que somos insensibles al daño que nuestros dichos infligen a los otros.
El otro argumento no fue más que una coartada para evadir el tema. Dado que la FIFA -decían- ha decidido que los próximos mundiales sean en Rusia y Qatar, países cuyos gobiernos persiguen la homosexualidad, no tiene derecho a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es el viejo recurso de escurrir el bulto diciendo que hay otros peores que uno, de tal suerte que no tienen autoridad para señalarnos. Sobra decir que se puede y debe condenar una y la otra cosa. Curiosamente, los mismos que no le reconocían calidad moral a la FIFA para juzgar, festejaron la absolución.
Debemos volver al inicio y a un cierto sentido común. No hay libertades absolutas por una simple y llana razón: porque vivimos con otros. Y nuestras libertades tienen un límite: los derechos de esos otros. Es la base de la convivencia medianamente civilizada. Nadie tiene derecho a injuriar, difamar, ofender, al amparo de la libertad de expresión.
Recordemos que la violencia física se inicia normalmente con la violencia verbal. La masa anónima se cree con derecho a insultar precisamente por ser masa. Es probable que la inmensa mayoría de los que gritan no se atrevieran -por cobardía o por respeto- a decirle puto al portero rival frente a frente. Pero en el anonimato todo se vale. Total, somos todos y somos nadie.
Es una vergüenza que miles de compatriotas se reúnan en un estadio para gritar puto. El aullido masivo es una triste expresión… de lo que somos.
Periódico Reforma 26 de junio, 2014
Ahora resulta (para algunos) que puto no es un insulto y que si lo es, no tiene la menor importancia, como diría Arturo de Córdova. Incluso, me dice un amigo que existe el derecho a insultar. Que es una derivación natural de la libertad de expresión. Pues no. Tampoco importa que la FIFA haya absuelto a México, pues no es un asunto que se resuelva con sanciones. El famoso grito es un espejo de lo que somos y de lo que creemos que estamos autorizados a hacer en aras del relajo.
No es cierto que la violencia verbal sea anodina. Hace daño. Agrede. Y se usa precisamente para eso: para denigrar, ofender, sobajar, discriminar. Negro, puto, indio, vieja, pueden ser hasta términos cariñosos; pero suelen ser dagas para joder, para humillar. Todos lo hemos hecho y quizá todos, en algún momento, lo resentimos.
Cuatro argumentos he leído para justificar a la masa de gritones. El primero es increíble: decirle puto a alguien no es un insulto. Se trata de pura y dura hipocresía, porque si no lo fuera nadie lo gritaría. Porque, puto, no nos hagamos, se utiliza en México para ofender a alguien que es o consideramos homosexual, como si esto último fuera una afrenta. Y por extensión se lo aplicamos a los que suponemos miedosos, traidores, pusilánimes, y agréguele usted. Es una injuria.
Otros, nos dicen, “es solo un juego, y por ello, no hay que exagerar”. Por supuesto que los que gritan puto se divierten, y para muchos de ellos es un esparcimiento; se sienten en un recreo que les permite todo tipo de desahogos. El asunto no es si ellos están jugando, sino lo que significa para los otros, los que reciben los dardos de sus gracejadas. El tipo que le lanzó un plátano a Daniel Alves del Barcelona a lo mejor estaba “jugando”… pero a costa de otro, al que equipara con un chango. Y eso es racismo puro, como puto es parte del diccionario homofóbico.
Otros más lo justifican con el argumento de que siempre ha sido así, que así es y así será. Que en los campos de futbol los jugadores se insultan y que en las tribunas no puede ni debe ser de otra manera. ¡Bonito razonamiento! Bajo esa premisa, pegarle a los hijos para supuestamente educarlos, impedir que las mujeres ocupen cargos públicos o acosar a los homosexuales diciéndoles maricones, jotos, putos, es legítimo porque no lo inventamos nosotros sino que lo heredamos como producto de una larga tradición. Que todos o la mayoría haga una cosa no la legitima. Hasta hace unos años, la mayoría decía que un poquito de violencia aplicada a la educación de los hijos no hacía mal, ya que era un recurso pedagógico. Creo, sin embargo, que poco a poco, precisamente por la resistencia primero de una minoría que paulatinamente se expandió, hoy por lo menos los golpes a los niños tienen una menor legitimidad que en el pasado inmediato. Cuando no pocos comentaristas y hasta la Federación Mexicana de Futbol salen a decir que puto es un grito natural, que no es para tanto, expresan de inmejorable manera la forma en que somos insensibles al daño que nuestros dichos infligen a los otros.
El otro argumento no fue más que una coartada para evadir el tema. Dado que la FIFA -decían- ha decidido que los próximos mundiales sean en Rusia y Qatar, países cuyos gobiernos persiguen la homosexualidad, no tiene derecho a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es el viejo recurso de escurrir el bulto diciendo que hay otros peores que uno, de tal suerte que no tienen autoridad para señalarnos. Sobra decir que se puede y debe condenar una y la otra cosa. Curiosamente, los mismos que no le reconocían calidad moral a la FIFA para juzgar, festejaron la absolución.
Debemos volver al inicio y a un cierto sentido común. No hay libertades absolutas por una simple y llana razón: porque vivimos con otros. Y nuestras libertades tienen un límite: los derechos de esos otros. Es la base de la convivencia medianamente civilizada. Nadie tiene derecho a injuriar, difamar, ofender, al amparo de la libertad de expresión.
Recordemos que la violencia física se inicia normalmente con la violencia verbal. La masa anónima se cree con derecho a insultar precisamente por ser masa. Es probable que la inmensa mayoría de los que gritan no se atrevieran -por cobardía o por respeto- a decirle puto al portero rival frente a frente. Pero en el anonimato todo se vale. Total, somos todos y somos nadie.
Es una vergüenza que miles de compatriotas se reúnan en un estadio para gritar puto. El aullido masivo es una triste expresión… de lo que somos.
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