¿Dónde están los hijos de puta?

¿Dónde están los hijos de puta?
Efrén Sandoval

En la semana del 10 al 14 de enero de 2011 se dio un debate entre periodistas pertenecientes, digamos, a distintas tendencias ideológicas, o tal vez, dirían algunos de ellos, diferentes maneras de hacer periodismo. El motivo del debate fue el lanzamiento, en el periódico La Jornada, de la campaña “No + sangre”, por parte del caricaturista Eduardo del Río, Rius.
El lanzamiento consistió en un cartel en donde gráficamente se expresa lo que tanto Rius como La Jornada, a través de su editorial, señalaban como el mensaje principal: un alto a la hasta entonces llamada “Guerra contra el narco”. Los argumentos son diversos y se pueden consultar en la edición de aquel 10 de enero y en diversos sitios de internet, pero en general, lo más importante del mensaje es protestar ante una política impulsada desde el ejecutivo, que con el supuesto fin de terminar con las bandas del crimen organizado en torno al tráfico de drogas, ha lanzado al ejército a las calles dejando en medio a la ciudadanía.
Desde ese mismo día, los periodistas de otro bando, básicamente los de Milenio, tomaron como abanderado al ¿analista, ensayista, literato? Héctor Aguilar Camín, quien con anterioridad se había referido a “los malos”, es decir, aquellos que son parte del crimen organizado o los cárteles de la droga, como “los hijos de puta”. Aguilar Camín contestaba a La Jornada, Rius y otros intelectuales que se habían adherido a la campaña contra la sangre, que estaban equivocados, que “los hijos de puta” no eran ni el ejército, ni la policía, ni Calderón, que “los hijos de puta” eran los criminales que estaban matando a otros criminales, que estaban ingresando armas al país, que extorsionaban, secuestraban y asesinaban a la ciudadanía.
Escuché la respuesta de Aguilar en el programa de radio de Ciro Gómez Leyva quien, lejos de seguir la costumbre de secundar a este tan socorrido interlocutor, lo cuestionaba (no con mucha convicción, pero lo hacía). Leyva insistía a Aguilar que el ejército ha matado inocentes. Aguilar argumentaba que esos casos eran los menos, y que el ejército obedecía a una política que en principio tenía como fin terminar con el crimen organizado, lo cual estaba bien. Una política, eso sí, que se podía debatir, pero no combatir pues “no nos equivoquemos, los hijos de puta son otros”. Aguilar se ponía así del lado de aquellos que consideran que el ejército debe estar en las calles, y al igual que muchos habitantes de este país, parecía olvidar o ignorar (en realidad no lo creo) las razones últimas por las cuales el ejército está en las calles.
Por un lado, el mensaje de La Jornada, por descuido, por ideología o por un muy entendible hartazgo, parece poner a “Los hijos de puta” de un solo lado, del lado del gobierno. Por el otro, Aguilar y sus colegas de Milenio corrigen preocupadamente que “los hijos de puta” están del otro lado. Tanto unos como otros parecen olvidar, creo yo, que “los hijos de puta” están en todos lados. Que si el ejército está en las calles es porque “los hijos de puta” narcotraficantes están extorsionando y comprando a muchos policías “hijos de puta” y a otros que no lo son tanto pero que en vista de las circunstancias (bajo salario y prestaciones, escasas posibilidades de empleo, etcétera), pues mejor sucumben; que esto sucedía gracias a que muchas autoridades “hijas de puta” habían sido extorsionadas o compradas por los narcotraficantes para facilitar su organización, adquisición de armas, dominio territorial; y porque muchos policías y autoridades de todos los rangos son de hecho parte del crimen organizado, no por extorsión, ni por amenaza o ignorancia, sino por libre y deliberada elección, basados en una racionalidad que domina una amplia gama relaciones sociales en México: la impunidad (discutir sobre el contexto social y el raciocinio del cual deduzco como autoridad que puedo delinquir y abusar de mi poder, sería materia de otra discusión que, por cierto, no estaría mal hacer pronto).
En medio de esta discusión, la tendencia a señalar a los “hijos de puta” sólo del lado del gobierno, tal y como hace la campaña “No + sangre” se explica, hay que decirlo, por un raciocinio tan simple que parece increíble que no se le ocurra al “intelectual” Aguilar Camín: entre unos “hijos de puta” y otros “hijos de puta”, los peores son aquellos que tienen la obligación de dar seguridad a la población y en lugar de hacerlo actúan en contra de ella, ya sea como cómplices de los otros “hijos de puta” o utilizándola como carne de cañón.
La campaña contra la sangre me parece un esfuerzo que se agradece pero que se queda corto porque su cartel no envía el mensaje de fondo a la población (iba a escribir ciudadanía pero creo que si en este país no hay Estado de derecho en muy buena parte se debe a que casi no hay ciudadanos), pues para algunos el cartel puede simplemente ser un mensaje a favor de la paz, de tal manera que para muchos habitantes de este país ese cartel tiene el mismo significado que una paloma de la paz (si de eso se trata, mejor le pedimos al rector de la UANL o a Rodrigo Medina que organicen una marcha). Este mensaje es completado en la mente del mexicano común mediante el siguiente pensamiento: “queremos paz y por eso ojalá y el ejército acabe pronto con los delincuentes que lo único que merecen es morir o mínimo que se les violen la mayoría de sus derechos humanos”. La campaña contra la sangre se queda corta porque alude a la paz, a la no violencia, pero no alude a la no corrupción, a la no impunidad, a la no violación a los derechos humanos, a la justicia, y tampoco envía un mensaje más explícito a favor de un estado de derecho.
Por su parte, las críticas de los “milenios” a los “jornadas” parecen más bien una oportunidad para evidenciar una rivalidad, un desacuerdo de antemano, para presumir una sabiduría y una imparcialidad más supuestas que reales, parece más una lucha por un espacio intelectual que una verdadera crítica constructiva. Pienso tal cosa de estas críticas porque la discusión sobre la presencia del ejército no debe tapar a las discusiones de fondo. Una vez más, esas críticas me desesperan porque no oigo, en voz de aquellos que tienen la oportunidad de emitir sus opiniones en cadena nacional, no oigo, digo, elementos, razones y análisis que vayan más allá de la escena cotidiana (o como dicen los franceses, no hacen pipí muy lejos).
¿Por qué el ejército está hoy en las calles? ¿Por qué Calderón impulsó esa política para ayudarnos a “vivir mejor”? ¿Hasta dónde llega la intromisión, anuencia, apoyo, asesoría o de plano mandato del gobierno de Estados Unidos en la aplicación de esa política? ¿En dónde quedan la corrupción y la impunidad si nos remitimos solamente a solicitar o a criticar que el ejército esté en la calle? Porque si el ejército regresa a su cuartel, ¿con qué nos quedamos si lo que es más que evidente es que no hay un sistema judicial eficiente e incorruptible? ¿Por qué nadie dice con todas sus letras que la presencia del ejército en las calles significa que el Estado mexicano ha recurrido al último de sus recursos para mantener la estabilidad social?
La campaña contra la sangre sería más efectiva si pusiera los puntos sobre las íes: No + impunidad, No + corrupción, No + violación a los derechos humanos. Podemos lanzar campañas en contra del gobierno, pero creo que más que eso lo que necesitamos es una campaña a favor del Estado. La mejor campaña sería precisamente denunciar la ausencia del Estado, la incapacidad del estado para hacer justicia, obligar a nuestros gobernantes a reconocer que están rebasados por la delincuencia, que no tienen la capacidad de hacer justicia y en nombre del Estado, esos sí, emprender una reconstrucción. La campaña serviría no tanto para convencer al Estado sino a algunos ciudadanos (no creo que se pueda convencer a todos) de que en un país con Estado de derecho, el ejército no está en las calles, de que vivimos en un país en donde, tal y como pasa en Irak, Afganistán y algunos otros, el Estado no tiene control sobre la totalidad de su territorio.
Porque a final de cuentas, si Calderón y Estados Unidos aceptaran regresar al ejército a los cuarteles, de todas formas seguiríamos viviendo en un país en donde el Estado no tiene la capacidad de hacer justicia. Tal vez algunos digan que al menos evitaríamos la muerte de inocentes, yo más bien pensaría que la lectura es que, efectivamente, si el ejército está en las calles es porque no hay capacidad de hacer justicia. Lo único que digo es que, si el ejército va a estar en las calles, entonces los ciudadanos deben estar en sus casas. Si el ejército va a estar en las calles, entonces los niños no van a las escuelas. Si el ejército estará en las calles este día, entonces por radio y TV se dan instrucciones a la población. Si el ejército está en las calles, entonces estamos en estado de guerra, entonces no hay garantías, entonces hay estado de excepción. Si el ejército está en las calles, entonces la impunidad y la corrupción dominan sobre el estado de derecho. Lo que deseo es que lo digan abiertamente, no que lo simulen bajo una política supuestamente heroica en defensa de lo que ya no se tiene: estado de derecho y soberanía. Esto es sobre lo que deberían estar discutiendo nuestros periodistas, eso es lo que debería exigir una campaña.
Considero que los más íntimos actos de corrupción e impunidad que históricamente se han practicado en nuestro país están detrás de cada bala que ha matado a cada uno de los caídos de esta guerra. Lo están porque la corrupción y la impunidad son la manera en que tradicionalmente se ha ejercido el poder, son la forma tradicional de ser autoridad. Todos lo sabemos, lo hemos sabido siempre, lo aprendimos desde niños, lo practicamos, no conocemos en realidad el Estado de derecho y no tenemos ninguna idea de que, se supone, somos ciudadanos. Por eso también nos resulta natural el abuso de autoridad en que siempre han vivido millones de mexicanos (excepto aquellos que tienen poder o influencias, son blancos, tienen bonita cara, buen verbo o son licenciados en algo). Sea en zonas rurales en donde millones viven abandonados a los mandatos de un cacique y su grupo de matones; sea en la ciudad, obligados a ser leales a un líder sindical, un patrón o un funcionario a cambio de trabajo o protección, esa ha sido la manera natural de interactuar y ejercer el poder político. Es por eso que el habitante común de este país acepta que el ejército esté en las calles y que está ahí para salvarlo.
Lejos de ver en Calderón y su “guerra contra el narco” una amenaza, la vemos como una salvación cuyo discurso consiste en suponer que después de hacer la guerra, llegará la paz. Un ciudadano no puede aceptar eso, y por ello, la situación actual del país es una demostración clara y contundente de que en México no hay Estado de derecho, y de que eso que llaman la democracia mexicana es un invento de sistema político al que desafortunadamente nadie le ha puesto nombre.
Sólo en un país así se pueden avalar elecciones como la tamaulipeca, sólo en un país así puede suceder que los gobiernos locales sean administradores y otros grupos de poder (llámense empresarios, líderes sindicales, caciques políticos o narcotraficantes) sean quienes realmente gobiernen.
Los “hijos de puta” están en todos lados.

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