De la revolución tecnológica y libelos que la acompañan


Ramón Ojeda Mestre 
No se miden
Organización Editorial Mexicana
17 de enero de 2011

  De todas las revistas del extranjero que tengo la oportunidad de leer o de ojear, ya sea en los aviones o en los kioscos "ad hoc" de los países que tengo la oportunidad de visitar, hay una en especial que me sorprende y que quisiera que todo el mundo leyera para que vean cómo avanza la tecnología de la comunicación. Por ejemplo, ver la computadora ya integrada en los lentes que usa uno y que le pasan la información de la persona a la cual saluda y que la memoria digital o cibernética reconoce y sirve de asistente para recordarte hasta el nombre de su pareja o la inclinación ideológica del saludado. O comentar la cantidad de fábricas y tiendas de robots que hay en el mundo y las variedades de ellos, es impresionante.


Antes compraba la revista y la prestaba a mis hijos, ahora, por la crisis económica y el ahorro ambiental, uno de ellos la compra y luego nos la va pasando a los demás. De todas formas, trae información que pronto aparece en los periódicos o en internet mismo, pero la calidad del diseño y su creatividad deleitan a la vez que educan. No preocupa tanto el avance científico y tecnológico sino el uso que hace el ser humano, el particular o los Gobiernos y organizaciones o empresas de todas estas armas tremebundas. Ni modo, tengo que decir el nombre de la revista aunque parezca publicidad pagada. Me refiero a "Wired".


Sin embargo, eso vino a mi memoria el viernes en que en una presentación que me invitaron gentilmente a formular ante los compañeros del Grupo María Cristina que lidera Eduardo Ibarra, respecto a la megacrisis que afronta nuestro país en materia de pobreza, depauperación aguda y proletarización galopante, un viejo amigo me va comentando, delante de todos, respecto a un artículo que le había llegado por internet a Alemania donde desempeñaba un cargo diplomático y que atacaba dura y bajunamente a la canciller mexicana. Un libelo asqueroso y ruin manejado por el correo electrónico y por las redes sociales cuyas marcas muchos conocen.


No voy a reproducir lo que decía ese artículo que aprovechó un malandrín para divulgar, por lo reprochable de las calumnias que encierra, porque haría el juego al delincuente. El problema, adicional es que el artículo ¡iba firmado con mi nombre! Me quedé helado. Desde luego yo nunca he escrito ese texto y mucho menos difundido. Pero a algún(a) vivales de mala sangre y peor ralea, se le hizo fácil inventarlo y pensó que distribuido en Alemania, y vaya usted a saber en cuántas otras oficinas diplomáticas o consulares del mundo, nadie iba a dudar que el artículo era real y el autor auténtico y no falsificado en ambos extremos.


Ojalá logremos descubrir al culpable. Pero lo veo difícil, pues precisamente los avances tecnológicos y el desmoronamiento ético que hemos permitido desde la llegada del libremercadismo rampante o del neoliberalismo globalizador, como gustéis, nos dificulta utilizar algunos procedimientos de investigación que los estados tienen a su alcance para esos efectos.


También deseo que la Secretaría de Relaciones Exteriores le haga llegar este desmentido a sus extensiones internacionales para que quede claro, si es que a alguien le importa, que yo nunca he escrito artículo alguno en contra de la secretaria (y creo que tampoco a favor), así que queda testimonio del rechazo personal respecto a la autoría del libelo apócrifo. (Del lat. "apocryphus", y éste del gr. "p???f??"; oculto).


Quizá desde el principio alguien pensó que era imposible que uno pudiera hacer un escrito tan repulsivo y por eso nadie llamó para increparme o al menos para decir "ya ni la amuelas", pero como cantó Álvaro Carrillo el gigante de Pinotepa Nacional, Oaxaca: "Sabrá Dios, uno no sabe nunca nada". A propósito de oaxaqueños: Cumplió tres años de muerto el maestro Andrés Henestrosa, un beso a Cibeles su hija.


rojedamestre@yahoo.com

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